sábado, 25 de junio de 2022

Relatividades

La sinceridad es una virtud. Pero no siempre se puede ser sincero: distinguir lo apropiado y atenerse a ello también es una virtud, y quizá mayor.
Según en qué circunstancias, si soy sincero con alguien que quiere perjudicarme le estoy dando una ventaja que usará contra mí. Si lo sé, lo lógico es que le oculte esa información; incluso, si no hay más remedio, le mentiré. Claro que entonces tendré que atenerme a las consecuencias: tal vez pierda su confianza, o la de otros, cuando se sepa que he mentido. Además, la mentira es más complicada de sostener que la verdad. La sinceridad, por tanto, no solo es mejor, sino que suele ser más conveniente. Pero no siempre ni del todo, y esa es la cuestión. 
Cuando se ocupa un puesto directivo, hay que tener en cuenta lo que plantea cada cual, pero se debe priorizar el interés del conjunto. Eso implicará a menudo dejar a alguien descontento. En momentos de disensión, tal vez haya que sacrificar una parte de lo colectivo para no perder todo. Una pequeña cesión puede ser suficiente; pero también puede no serlo, o bien estimular la exigencia de otras. A veces hay que ceder, otras hay que imponer. Distinguir lo mejor, dentro de unos márgenes, también es ardua tarea de la ética, que tiene mucho de intuición y tacto, como cualquier otro arte. 

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Los años que ejercí como directivo de un centro docente a menudo tenía la sensación de estar caminando por una cuerda floja. Dichosos los que dominan instintivamente esos equilibrios: a mí me quitaron el sueño más de una vez, sobre todo cuando metía la pata por algún lado. Más que en el arte de acertar, creo que me especialicé en el arte de capear los naufragios. ¡No se me dio tan mal!

      Eliminar