Proyecto

Se me ocurrió ordenando notas. Encontré que algunas de ellas, aun exiguas, discurrían como textos acabados. Habían nacido meros esbozos, retales de ideas en los que quedaba mucho por tejer, sugerencias para meditaciones más sosegadas y completas. Intenté tirarles de los flecos, pero se resistían a ensancharse, no querían más palabras aun cuando les quedara tanto por decir.

Los miré con detalle: me pareció que ardían con un fuego lejano, discreto, suficiente. Pequeños faros en arduos arrecifes, luciérnagas vivaces en la noche. Avisos que danzaban en lo oscuro, ecos de la intuición armados con leña seca de razón inacabada. Pero elocuente.

¿Por qué no respetar su vocación de brevedad? ¿Por qué no dejarlos como habían caído? Tal vez fuese que no me alcanzaban el arte ni la paciencia, sin duda me faltó sabiduría, y además el tiempo escaseaba. ¿Estaba cediendo por pereza? Seguramente. Pero fue una pereza entusiasmada, porque de una ocurrencia pasé a otra, otro fuego prendiéndose en respuesta. Felicidades, angustias, inspiraciones y hastíos: todo tenía cabida si ofrecía algo digno que apuntar; pues, como Terencio, soy hombre, y nada de lo humano me es ajeno. La mente saltaba inquieta entre las torres, sin hospedarse mucho tiempo en ellas, oteando en seguida la siguiente. 

Decidí explorar esa ruta sencilla y numerosa, ese austero camino de los vagabundos, que no pasan dos noches al amor de un mismo fuego. El fuego y el errar me recordaron aquel clamor de las antiguas almenaras, las que ardían para zarandear al ejército dormido. Despertar, proclamar, convocar: ya sabía cómo titularlos. ¿Algo más que decidir? Sí: saldrían como quisieran, de acuerdo, pero con una condición: la disciplina de una página exacta, la regularidad de cierta geometría invariable, como la de los azulejos o la de los versos. Ceñir la idea al troquel de la medida, repetir un patrón que me guiara.

Ignoro si acerté. Resuélvalo el lector. A su criterio, fiel a la buena voluntad que ya invocó Montaigne, los ofrezco. Mis hatos de palabras para encender destellos en la idea. ¿Harán que prendan otras?

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