sábado, 18 de junio de 2022

Volver atrás

Cuando caemos en la cuenta de que en el pasado cometimos un error, cuando pagamos sus consecuencias (y una cosa suele ir con la otra), solemos fantasear, con admirable esperanza, cuánto no daríamos por volver atrás y cambiar las cosas.
Se ha fabulado mucho sobre esa especie de segunda oportunidad, y, cuando se ha hecho en serio, casi siempre se presagia la misma conclusión: que la causalidad es en el fondo un enigma y que, si regresáramos atrás, lo más probable es que cometiésemos el mismo error o uno peor. La teoría del caos nos explica lo que ya intuíamos: que la evolución de los sistemas complejos es imprevisible, puesto que intervienen demasiados factores que no dejan de transformarse por su misma interacción. ¿Hay un sistema más complejo y caótico que la vida humana? 
 Comprender que no solo no podemos volver atrás, sino que ni siquiera hay garantía de que hacerlo sirviera de algo, parece sumirnos en una especie de escepticismo fatalista. Socorrida artimaña para exculpar nuestros deslices. Aunque poco convincente: nada nos exime por completo de la responsabilidad, por más que la atenúe mediante excusas. Ya que no está a nuestro alcance la pirueta de retroceder, nos queda procurar ser más certeros hoy, sacando lo mejor de lo que tenemos.  

6 comentarios:

  1. Juzgar un hecho como un error, no deja de ser un juicio humano y como tal se ciñe a unas percepciones, circunstancias, motivaciones... Entender esto, más allá del fatalismo que muy bien apuntas, nos da otra perspectiva de la situación. Hay que vigilar cuando nos sometemos a nuestros juicios más sumarísimos: lo que ayer decidí hacer porqué no me pareció una mala decisión, hoy me lo recrimino atormentado... pero quizás mañana me aliviará pensar que la hubiese tomado.

    Hay que vigilar mucho de juzgar el pasado, porque no deja de ser más que otro engaño, pero raramente nos damos cuenta de ello y nos atormenta.

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  2. La casuística del error es fascinante. Tú lo sugieres: el propio concepto está lleno de recovecos. Una errata matemática es objetiva porque no interviene el azar. Pero un desliz en la vida forma parte de una maraña causal tan compleja que no podemos considerarlo desde un único criterio. Llamamos errores a lo que parece interponerse entre la realidad y nuestras expectativas. Pero, como dices, lo que un día se nos presenta como una pérdida, en otras circunstancias cobra un valor inesperado. Freud se esforzó por hacernos entender que algunos errores son en realidad fruto de nuestras voluntades secretas, esas que desde el inconsciente les llevan la contraria a nuestros caprichos. A menudo con razón.

    El error es en el fondo una ventana a la creatividad. Una zancadilla a lo previsible. A partir de él pueden suceder cosas inesperadas. Así nuestra vida conserva esa dimensión enrevesada y caótica que, en el fondo, nos gusta.

    Rubrico tu llamada a la prudencia a la hora de juzgar el pasado. Ya que no podemos evitarlo, hagámoslo con prudencia, porque podría no ser "más que otro engaño"; en cualquier caso, es una simplificación. Recriminarse las equivocaciones conlleva una crueldad arbitraria: ya nos castigan bastante sus consecuencias. Pretender enmendarlos, como intento expresar en el artículo, es casi siempre un empeño iluso.

    A los fallos hay que leerlos con perspicacia y simpatía, intentando descifrar esa "perspectiva de la situación" alternativa que nos están ofreciendo. Aprovecharlos para aprender: aprender que el mundo es una amalgama cambiante y que nosotros también lo somos. Aprender, sobre todo, cuánto nos queda por aprender. ¡Felices errores!

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  3. ¡Felices errores! jajajaja. Casi que podríamos cambiar la vieja máxima rusa que dice "de derrota en derrota hasta la victoria final", por esta otra "de error en error hasta alcanzar la verdad".

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    1. Ese es el espíritu. Me apunto tu máxima para enmarcarla. Y con una pizca de malicia me permito insinuar: alcanzar la verdad, o sea, el siguiente error. (Que conste que no soy relativista, ya sabes, creo en la verdad, lo que pongo en duda es que nunca acabemos de alcanzarla).

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  4. "creo en la verdad" no es lo mismo que "saber que existe a verdad". Lo que sí sabemos es que "la verdad no existe" es un absurdo y por tanto, no puede ser. Pero ir máss allá parece ser ya muy confuso

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    1. Yo a la verdad solo le pido que sea una buena hipótesis. Y ya se sabe para qué sirve una hipótesis: para discutirla. Lo indiscutible no nos deja sitio.

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