sábado, 4 de mayo de 2024

Bailar los problemas

Leo esta divisa en un libro de Albert Espinosa; entre un revoltillo de tópicos de autoayuda, la imagen me parece afortunada.
Bailar los problemas. En esa estampa sencilla y poética se resume el mensaje epicúreo: no vale la pena rumiar lo que no tiene solución, mejor dedicar nuestra atención a los discretos motivos de alegría, que siempre quedan a mano porque son sencillos. El espíritu festivo de Dionisos aligera las sombras y las colma con la luz del entusiasmo y de las ganas de vivir. 
La danza como metáfora de una actitud a favor de la vida cuenta con una larga tradición, que se remonta al menos a los contoneos de Shiva recreando el universo, y cuaja en el Nietzsche más feliz. La danza nos regresa al cuerpo, nos hace verdaderos dueños del movimiento al liberarlo de propósito, al incorporarnos en él apurando la presencia. La danza inaugura la gracia, la belleza, el arrobamiento del mero existir. No se puede bailar sin sonreír, sin sentirse rendido a la alegría. R. Johnson habla de la danza cotidiana de la vida. El cantautor G. Moustaqui nos invitaba a bailar cuanto podamos, a lo largo y ancho de la Tierra. 
Bailar los problemas —si puede ser—: mejor que hundirnos en ellos. Ninguna contrariedad está por encima de la vida ―salvo, quizá, la propia vida―. Reír, retozar siempre, un paso más.

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