El liderazgo, para quien quiera ejercerlo de forma constructiva, es como caminar por la cuerda floja..
Por supuesto que existen líderes naturales, personas que tienen el don de concitar acuerdos y complicidades, de despertar de modo espontáneo la tendencia a ser seguidas. Pero incluso para ellos hacerse cargo del timón es un reto y un aprendizaje. Lo innato debe ser templado con el esfuerzo y acrisolado en la experiencia.
Como todas las relaciones, el liderazgo plantea sus equilibrios y sus compromisos. Las personas tenemos necesidad de líderes que estructuren nuestros grupos, pero a la vez nos resistimos a ceder en nuestra autonomía. El líder ha de afrontar reticencias y disidencias, y el desafío es incorporarlas en lugar de revocarlas.
Conviene que todo poder, y aun más el del líder, sea ejercido con prudencia. Eso incluye discreción y mano izquierda, sensatez y buen gusto; su reto principal, por tanto, es controlarse a sí mismo. La ostentosidad puede humillar; demasiada iniciativa, agobiar; el exceso de presión desmotiva. La impulsividad incita a llevar la contraria, siquiera para reafirmarse y no verse reducido a la insignificancia. A la mayoría nos satisface más sentirnos eficientes que ser eficaces. El líder, que vela por ambas cosas, precisa del arte de la seducción.
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