martes, 13 de febrero de 2024

El fácil reproche

Siempre se nos puede reprochar algo: por lo que hemos hecho y por lo que no hicimos. Nada más fácil de agitar que el remordimiento, tan productivo para aliviar las propias fallas, desdibujándolas tras las ajenas. Por mucho que uno haya entregado, siempre podía haber cumplido con más tino; por mucho que se haya acertado, siempre hay algo que pudo salir mejor..
Conviene, sin duda, que no falten asuntos pendientes, que no nos demos nunca por completos: podríamos creer que ya hemos alcanzado el Olimpo, como Heracles después de sus doce trabajos. Los celebraba tan soberbio que no vio venir la traición. Cada triunfo nos lleva a un nuevo desafío: así es la condición humana, una aventura inacabada, un designio que no deja de empezar, como los mares de Paul Valéry. 
Sin embargo, usar como arma arrojadiza lo incompleto de nuestros intentos, para echarnos en cara lo que no lograron, es un despliegue de mala fe. Sería como reprocharle al árbol que no mida un metro más de altura, o a la Gioconda que no sonría más abiertamente. Lo que falta forma parte de lo que hay, y todo es valioso cuando no se ha escatimado. Pero no todo el mundo está dispuesto a la gratitud o al reconocimiento. Denigrar es más fácil: lo malo sucede por culpa de los demás; lo bueno, a pesar suyo.  

1 comentario:

  1. Una forma muy poética para defender que nada perfecto existe... y por eso mismo es perfecto.

    Algo parecido suelo pensar también muchas veces. Aunque otras reprocho, no porque algo esté mal sino porque puede ser diferente.

    ResponderEliminar