¿Y yo qué?

Pregunta legítima donde las haya; cuestión tan decisiva como el ser o no ser, que sin embargo los moralistas, cuando no la condenan, consideran poco elegante, demostrando que ponen sus dogmas por encima de las necesidades. ¿Se puede sobrevivir sin hacerla?.

Nuestro primer compromiso es cuidar de nosotros mismos: lo insidioso ―y realmente egoísta― sería pretender que lo hicieran los demás. Si asumimos que los otros ya tienen bastante tarea con lo suyo, ¿cómo le vamos a reprochar a alguien que cumpla con su responsabilidad? ¿Cómo le vamos a pedir que se preocupe de los demás sin aprobar que lo haga por sí mismo? Los adalides del altruismo reducen el concepto al absurdo, al pretender que sea una entrega pura, que no persiga nada (ni siquiera el gozo o la satisfacción de cumplir con las propias reglas éticas). 

El principio hedónico es implacable, incluso cuando opta por el dolor: sin duda lo estará haciendo para evitar otro dolor mayor. Cuando sufrimos por el bien de otros, habrá que ver cuánto de nuestro incluyen esos otros: genes, complicidades, amor… ¿Hay algo más bellamente egoísta que el amor, que quiere todo el bien para el amado porque se identifica con él? No veo qué hay de reprochable en que, si uno está quedándose atrás en el reparto, levante la voz y reclame: ¿Y yo qué?