sábado, 16 de marzo de 2024

Odiar para ser

¿Qué es lo que hace que una persona más o menos bondadosa y afable, a la que en general los otros tratan bien, se convierta en una hostil impenitente? ¿Qué es lo que la atrapa en el resentimiento y la hace vengativa? ¿Qué es lo que le impulsa a la saña y el rencor?.
La respuesta clásica, popular, sería probablemente: se volvió rencorosa porque le hicieron daño. No lo negaré, pero, ¿a quién no le han hecho daño? ¿Quién no ha tenido una infancia repleta de frustraciones? Y, sin embargo, no todo el mundo se queda anclado en el odio. ¿Y si la rabia estuviera encubriendo otra cosa, como inseguridad o temor? Me arriesgaré a pensarlo. 
Tal vez si esa persona no odiara, si no concibiera a los demás como merecedores de su antipatía, se vería obligada a admitir en sí misma algo demasiado doloroso: la mediocridad, por ejemplo. Quizá si su vida no estuviese llena de enemigos imperdonables (y de aliados circunstanciales contra ellos), se quedaría vacía y sola. Tal vez al ponerse la coraza del despecho siente a salvo su corazón tan frágil, tan vulnerable. Puede que prefiera vivir en guerra que languidecer en paz: sin odiar, sin conspirar, acaso no sabría qué ser. Al menos ahora se sabe enemiga; si además encuentra cómplices, abreva la fuerza de una comunidad de rencor. Se salvó de la nada. ¡Odiar para ser!

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