La tendencia al pensamiento mágico es un rasgo que debemos llevar grabado a fuego desde nuestros ancestros.
El sentido común y la razón son conquistas recientes, poco consolidadas, artificios en nuestro cerebro de cazador tribal. Además, nos dejan solos frente a un mundo duro y árido. Para sostenerlos, contra la belleza seductora y el alivio existencial que proporcionan los mitos, hay que poner mucha convicción.
De joven tuve mis tentaciones mágicas. Acudí a que me echaran las cartas del Tarot. Consulté a menudo el I Ching, un oráculo que es un disfrute de símbolos y sensaciones, pero de alusiones tan vagas que pueden significar cualquier cosa. Leí sobre la interpretación de sueños, acerca de las sincronicidades de Jung y hasta de la reencarnación. Tuve una época en que me encandilaron los rituales del budismo tibetano, aunque nunca logré convencerme sobre los poderes del lama o el efecto de los mantras en beneficio de todos los seres.
Cuando le contaba a mi psicóloga alguno de mis devaneos con lo mágico, ella solía replicarme: «¡Ojalá fuera tan fácil!» En ese momento me sonaba a aguafiestas, pero con el tiempo me pareció un acierto. Su escepticismo prefería la complejidad y la lucidez crítica, fiel a una autenticidad que, aunque ardua e incompleta, es la única especulación que vale la pena.
En la ciencia y en la razón hay también mucho de pensamiento mágico. De hecho, se puede considerar como una forma muy especial de pensamiento mágico
ResponderEliminarLa diferencia es que lo sabe. (Aunque a veces lo olvide).
Eliminar