miércoles, 3 de julio de 2024

Arañas y moscas

El reclamo de justicia puede usarse de arma arrojadiza. Por ejemplo, por odio, como vi hacer a una brutal inquisidora.  

Su víctima tuvo el mal tino de granjearse su enemistad, y responder con arrogancia al hambre de carnaza. La encontraron en falta; en lugar de corregirla, persistió en ella, colocando el hacha en las manos del verdugo. Como la mosca que ayuda a la araña a tejer su trampa, y después se lanza de cabeza en ella. 

La víctima no actuó bien. Era culpable, más por torpeza que por perversidad. Tal vez habría bastado un propósito de enmienda. Se negó con altivez numantina a esa supuesta humillación. Pero la verdadera debilidad es exponerse a los buitres que escudriñan la brecha en nuestra armadura para meter la daga. 

La víctima, en definitiva, prefirió resistir a ceder, cuando ni la razón ni las circunstancias estaban a su favor. Adoptó una actitud torpemente heroica ―aviso para obstinados: mejor no hacernos los héroes cuando no lo somos―. Puso en manos de la otra todos los medios necesarios para defenestrarla, y ella los usó encantada y sin pestañear. 

Para la inquisidora, la justicia y la ley fueron excusas eficaces puesto que eran verdad. La víctima habría hecho bien en ser prudente: atenerse a esa verdad y rectificar ostensiblemente. Deshacer la telaraña.

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