NO MENOSPRECIAR AL ENEMIGO. El menosprecio del
enemigo es una manifestación de debilidad. Un poder realmente fuerte sabe reconocer y atender a aquellos con quienes debe medirse.
SABIDURÍA DEL AMOR. El cariño tiene su propia sabiduría. "Ama y haz lo que quieras", dice Agustín de Hipona. Sin embargo, el respeto precede al amor. Tal vez la sabiduría del amor sea la del respeto más exquisito.
FOTOGRAFÍAS. Estar allí: eso es
vida, eso es autenticidad. Nuestro afán por las fotografías nunca sustituirá el estremecimiento inmediato y la sensación de estar inmerso en la presencia. La fotografía
como mero recuerdo es valiosa, pero en el fondo triste: una pálida evocación de lo
vivo, una prórroga de memoria postiza. La fotografía realmente apreciable no
imita ni pretende reconstruir la autenticidad, sino que solo la interpreta, como
la pintura. En ese sentido, es arte, o sea, una creación, y en ello consiste su principal virtud.
ABURRIMIENTO. Desde un punto de
vista evolucionista, el aburrimiento avisa de una monotonía tal vez peligrosa;
es, por tanto, una señal de alarma, o cuando menos una motivación para actuar.
En cambio, para la cultura, el aburrimiento es una oportunidad: es el ámbito en
el que el ser se vuelve dócil y creativo; durante el aburrimiento se crea la
cultura, es decir, lo más auténticamente humano.
EL DELITO DE EXISTIR. Calderón nos lo
enseñó: existir es el delito. El pecado original remite a la sensación de que
hay algo profundamente transgresor, anómalo, ofensivo, en nuestra presencia en
el mundo. A los muertos se les perdona todo, están imbuidos de una misteriosa
inocencia, quizá la de no tener ya que apropiarse de nada para sostener el ser.
HUMORES. Sentido del humor,
sí. Pero cuidado a ver quién nos lo dedica. El humor amable es una caricia, el
humor acerado es una púa envuelta en satén.
ORDEN PERSEVERANTE. El orden ocasional,
el orden a rachas y a ratos, no sirve para nada. Solo sirve el orden que
persevera, que se derrama como una disciplina por el entorno y marca la pauta
de la actitud.
REÍR. ¿Por qué no reír, si
la vida es simple hasta la estupidez y acaba siempre igual? Reír es lo
valiente: que la próxima ráfaga se lleve de nosotros el perfume de una
carcajada.
MOMENTOS MALOS. Momentos en que todo
me molesta. ¿Quién tiene la culpa? Los demás, pero no solo los demás: al fin y
al cabo, ellos son siempre los mismos; pero solo yo, tampoco. Sencillamente,
sucede. Me encantaría comprenderlo -para controlarlo-, pero quizá sea demasiado
complicado: habría que encontrar la mariposa que provocó la tormenta a miles de
quilómetros. Quizá se trate, entonces, de capear la tormenta y confiar en que
la próxima mariposa se pose en nuestros dedos.
HISTRIONES. Cuidado con el
histriónico. Tras lo exagerado suelen ocultarse mentiras interesadas.
CONOCIMIENTO Y CREENCIAS. La humanidad mantuvo
la convicción de que la Tierra era el centro del universo durante milenios, y
no la transformó hasta que las corrientes intelectuales fueron proclives a
tomar más en serio la evidencia que el dogma religioso.
Las creencias son
anteriores al conocimiento; lo orientan, lo condicionan y en cierto modo lo
limitan. Para conocer necesitamos creer -de lo contrario no dispondríamos de
una armazón básica para organizar el mundo-, pero, a la vez y por lo mismo, no
podemos llevar nuestro conocimiento más allá de lo que creemos.
FELICIDAD Y SIMPLEZA. La
felicidad reside siempre en la simpleza. Cuanto más sofisticados y abundantes
los objetos, más reclaman de nosotros, más nos apresan en sus exigencias. Tener
poco que usar es tener poco de lo que depender. La alegría crece en el
desprendimiento. La felicidad es tirar lastres por la borda de la barca, para
que navegue más ligera.
PROSPERIDAD AJENA. ¿Por qué nos sentimos amenazados cuando vemos prosperar a la gente que nos rodea? Porque nos parece más fuerte, y tememos que esa fuerza se vuelva contra nosotros. Sin embargo, deberíamos considerar que, si los demás se sienten fuertes, nuestra prosperidad no les significará ninguna amenaza. La prosperidad ajena nos libra de envidiosos.
EXPERIENCIA VICARIA. Como arguye Nicholas Humphrey, la cultura es una inmensa reserva de experiencias vicarias, un escaparate de experiencias ajenas que nos transmiten información, pero sobre todo impresiones que jamás conoceríamos por contacto directo. Cuando un poema nos enfrenta a la tristeza de la muerte, un cuadro a cierto aroma de la alegría de la vida, una película a los angustiosos dilemas del amor, no solo se nos está invitando a reflexionar, sino que se nos despiertan emociones nuevas, o al menos en contextos nuevos. Y con ello se enriquece nuestro acervo de experiencias.
POR SÍ MISMOS. Para crecer, los
niños tienen que afrontar todo tipo de experiencias -de un modo controlado,
tutorizado- en las que tengan que vérselas cara a cara con la vida, en las que
esta les impacte y les transforme. Tienen que atravesar la frustración y la
rabia, la expectativa y el desencanto, los laberintos del amor y las
ambivalencias del rechazo. Por suerte, solo hace falta tiempo para que vaya desfilando el necesario repertorio de todo tipo de vivencias: hay que dejarlos
afrontarlas por sí mismos, manteniéndose cerca para inspirarles seguridad y
ofrecerles orientación cuando sean necesarias, pero siempre a una distancia
prudencial que nos impida adueñarnos de esa vida que les pertenece.
MEZQUINOS. Amar es difícil
porque la gente es difícil: los budistas, a través de lo odioso de la gente,
ven sufrimiento, y eso les ayuda a experimentar compasión en lugar de fastidio
o rechazo (o más allá de estos). Pero hace falta mucha paz interior para que
las mezquindades ajenas no nos hagan mella.
ATRAPADOS. Hay quien prefiere la soledad porque no ha aprendido a estar en compañía sin quedar atrapado. La cercanía resulta amenazante para el que no sabe despedirse. Quedarse es una trampa cuando uno no es libre de marcharse.
¿Qué es lo que, a algunos, nos adhiere a los demás como una telaraña? ¿La angustia de las pérdidas? ¿La incapacidad de amar?
ATRAPADOS. Hay quien prefiere la soledad porque no ha aprendido a estar en compañía sin quedar atrapado. La cercanía resulta amenazante para el que no sabe despedirse. Quedarse es una trampa cuando uno no es libre de marcharse.
¿Qué es lo que, a algunos, nos adhiere a los demás como una telaraña? ¿La angustia de las pérdidas? ¿La incapacidad de amar?
EL CHE. La figura del Che da
mucho que pensar. Tiene algo de antiguo guerrero mercenario, de líder
justiciero, de hombre de acción nietzscheano, de hombre absurdo de Camus; quizá
también, ay, de psicópata bélico. Nos sirve como modelo y esperanza, pero
también como espejo de algunas bajas pasiones. Es imposible no amarlo, pero
tampoco se le puede amar sin inquietud.
HONRAR AL ENEMIGO. Honrar a los enemigos, respetando que no nos quieran. Podría ser un don.
HONRAR AL ENEMIGO. Honrar a los enemigos, respetando que no nos quieran. Podría ser un don.
MELANCOLÍA. ¿Qué te está
diciendo la pegajosa melancolía? Que falta afecto, intimidad, tal vez un poco
de sabor a aventura. O algo aún mejor: la ligereza del que se desembaraza del
insidioso yo.
UNIVERSOS PARALELOS. Vivimos en universos
paralelos, que existen unos al margen de otros aunque a veces hagan breves y
frágiles intercambios. No todos los intercambios valen, y no todos los
universos se comunican del mismo modo. Algunos encuentros jamás sucederán, o
serán nefastos. Otros resultarán limitados. Hay normas y prohibiciones, y
saltárselas siempre tiene un precio. Uno tiene que atenerse a lo que pierde y a
lo que jamás podrá ganar. Desafiar altivamente lo imposible, transgredir las
leyes de la armonía sin cultivarla al otro lado, siempre tiene consecuencias, y
hay dioses atentos para hacernos pagar.
CONOCER LO COMPLEJO. Hay que superar la causalidad lineal y pensar más bien en flujos a través de sistemas. Nada es lineal en la realidad, y lo máximo que podemos hacer para conocer lo complejo es captar tendencias y establecer probabilidades.
VAMPIROS DEL TRABAJO. Hay vampiros del trabajo, individuos que saben, por activa o por pasiva, ir cargando a otros con los que deberían ser sus deberes. Lo hacen sutilmente, a veces sin darse cuenta del todo: basta con no dar importancia a lo importante para que otros deban asumirlo. Simplemente, van dejando lo suyo por ahí tirado, para que lo ordene el que pase: alguien lo tiene que hacer porque de lo contrario perdemos todos. Cuando se acostumbran a hacerlo, ni siquiera se lo plantean. Adquieren el poder de la costumbre: vencen con su indiferencia.
EDUCACIÓN. Todo nace predispuesto a crecer. Para hacerlo solo necesita alimento, seguridad (el amor conlleva ambas cosas) y una razonable irrupción de desafíos. Básicamente, en eso consiste a la educación, con el añadido de la cultura, es decir, de las experiencias acumuladas por los que nos precedieron. El experto educa al novato con su ejemplo y su guía: el maestro merece honra y respeto.
LO QUE VALE LA PENA. Tres cosas hay que desear, sin esperarlas: que nos quieran, que nos entiendan (o, al menos, nos respeten) y que nos traten con bondad.
CONOCER LO COMPLEJO. Hay que superar la causalidad lineal y pensar más bien en flujos a través de sistemas. Nada es lineal en la realidad, y lo máximo que podemos hacer para conocer lo complejo es captar tendencias y establecer probabilidades.
VAMPIROS DEL TRABAJO. Hay vampiros del trabajo, individuos que saben, por activa o por pasiva, ir cargando a otros con los que deberían ser sus deberes. Lo hacen sutilmente, a veces sin darse cuenta del todo: basta con no dar importancia a lo importante para que otros deban asumirlo. Simplemente, van dejando lo suyo por ahí tirado, para que lo ordene el que pase: alguien lo tiene que hacer porque de lo contrario perdemos todos. Cuando se acostumbran a hacerlo, ni siquiera se lo plantean. Adquieren el poder de la costumbre: vencen con su indiferencia.
EDUCACIÓN. Todo nace predispuesto a crecer. Para hacerlo solo necesita alimento, seguridad (el amor conlleva ambas cosas) y una razonable irrupción de desafíos. Básicamente, en eso consiste a la educación, con el añadido de la cultura, es decir, de las experiencias acumuladas por los que nos precedieron. El experto educa al novato con su ejemplo y su guía: el maestro merece honra y respeto.
LO QUE VALE LA PENA. Tres cosas hay que desear, sin esperarlas: que nos quieran, que nos entiendan (o, al menos, nos respeten) y que nos traten con bondad.
Es obvio por qué hay
que desearlas: en ellas reside la alegría de la vida. O más bien la
mitad de la alegría, pues no menos preciso es el gozo de ofrecerles esos
dones a los demás, o sea, de amar, entender (o respetar) y ayudar.
Y no hay que
esperarlas porque, lamentablemente, son raras e improbables. Y, como
recomendaban los estoicos, no deberíamos depender de nada que no controlamos
para estar contentos.
SIN MEMORIA. El fin de la memoria
es el fin de la persona. Ahí está la devastación absoluta del Alzheimer. Lo que
queda es un individuo, que sobrevive pero no vive, al menos no del modo humano.
Vive con la animalidad del instante inmediato, incapacitado para la conciencia
y para la reflexión, para la sociabilidad y para la ética. Al perder el pasado,
perdemos el presente y el futuro, que se construyen con él.
No sé si una vida
así vale la pena: a los animales les vale. Pero en tanto que persona, lo que
deja el Alzheimer tras de sí es poco más que escombros. Cualquier poesía que
pueda haber en ellos la ponemos los que lo vemos desde fuera, los que aún
podemos amar y entender.
ELOGIO DEL PLACER. El placer es como
una sonrisa benévola de la vida, un instante en el que se nos dedica una cálida
amabilidad, un fulgor de dulzura sobre el horizonte a veces gris y atroz. En
ocasiones basta entrever la alegría para que todo el paisaje cambie de color. Hay que vindicar a Epicuro: ¿cómo aguantaríamos la vida, si no fuera por los pequeños placeres?
SABIDURÍA COMO CORAJE. Admito sin reparo
que mi vicio de fumar es una de mis estupideces más acendradas, pero, en este
caso, el precio de la sabiduría se me hace impagable. Estupidez como debilidad: sabiduría, entonces, como coraje.
LA FANTASÍA DE LA PERFECCIÓN. Vivimos hipnotizados por el afán de perfeccionarnos, como si fuéramos objetos. La esperanza de perfección nos aleja de la alegría sencilla de nuestra realidad imperfecta. Si no vamos a más nos parece ir a menos, y por eso nos creemos tan fácilmente la promesa de felicidad perdurable en
las religiones y en la New Age. ¿Qué pasaría si renunciáramos a ser perfectos?
¿Siempre hay que ser mejor? ¿En qué, para qué, por qué?
PERSEVERAR. La paciencia
requiere valentía, pero la valentía no necesariamente precisa paciencia. La
paciencia modera el deseo y evita que se transfigure en exceso. El valor es la
energía, la paciencia es la resistencia. Incluso al cobarde le queda perseverar.
BUENOS. Escogemos pensar que
somos buenos donde solo somos débiles o tontorrones. En esto tenía razón
Nietzsche, y hacía bien Sartre en reprochárnoslo, llamándolo mala fe.
Disfrazamos nuestra vulnerabilidad, nuestra mezquindad, todo lo que no queremos
ver, bajo excusas. Los responsables siempre son los otros, o la crueldad de la
vida, o las fatalidades del destino. Puede que en todo ello haya siempre algo
de cierto: al fin y al cabo, es verdad que vivir es difícil. Pero somos
nosotros, no el mundo, los que no podemos hacer más de lo que hacemos; somos
nosotros los que tenemos miedo. Llamemos entonces a lo que hacemos por su
nombre: cobardía, pusilanimidad, estupidez. Y luego mirémonos con compasión:
entonces seremos buenos.
DIGNIDAD. ¿En qué consiste la
dignidad? En mantenerse fiel a lo valioso. En obligarse a regresar a lo valioso
las muchas veces que uno le es infiel. Pero, ¿qué es lo valioso? Aquello que
amamos, o podríamos amar, o merece ser amado. Y, ¿por qué le debemos fidelidad
alguna? Porque solo amar importa.
VIRTUALES. La insoportable
levedad de contactar por internet. Los chats nos permiten surfear las relaciones sin
mojarnos apenas, pero a la vez nos reducen a simples etiquetas que se lleva el
aluvión del big data. Como dijo una
amiga, internet es un menú en el que puedes probar un poco de todo sin la
obligación de acabarte ningún plato. La contrapartida es que eso no alimenta.
Internet es superficial, efímero y a menudo mentiroso: nos sirve para contar
nuestras mejores mentiras, pero a costa de perdernos en las peores mentiras de
los demás.
ESTUPIDEZ. Quizá seamos estúpidos para poder soportar la vida… Algo así, creo, viene a sugerir Erasmo; aunque lo haga con ironía, en el fondo de ella se adivina una verdad, y eso es lo que la hace más desgarrada. ¿Podría aguantarse una vida afrontada desde la estricta lucidez, desde la lógica insobornable? La estulticia, en algunos momentos duros, puede que nos abra un portal para escaparnos, o nos envuelva afablemente en su colchón. Quizá sin ella ya habríamos sucumbido.
ESTUPIDEZ. Quizá seamos estúpidos para poder soportar la vida… Algo así, creo, viene a sugerir Erasmo; aunque lo haga con ironía, en el fondo de ella se adivina una verdad, y eso es lo que la hace más desgarrada. ¿Podría aguantarse una vida afrontada desde la estricta lucidez, desde la lógica insobornable? La estulticia, en algunos momentos duros, puede que nos abra un portal para escaparnos, o nos envuelva afablemente en su colchón. Quizá sin ella ya habríamos sucumbido.
MOTIVACIÓN. Cuando uno tiene una
motivación, un proyecto, los inconvenientes parecen más pequeños. El proyecto
les da sentido y, si somos perspicaces, los pone a su servicio. El escalón en
el que tropezamos también sirve para subir.
IDENTIDAD. ¿Qué soy yo? Una corriente de pensamiento que piensa que es una corriente de pensamiento.
IDENTIDAD. ¿Qué soy yo? Una corriente de pensamiento que piensa que es una corriente de pensamiento.
LUGAR Y REGRESO. Cuando las cosas no
están en su lugar, todo va mal. Ejemplo: El Rey Lear. En realidad, todas las
tragedias empiezan por una deslocalización, alguien que se sale de sitio, se
disloca. Y la aventura consiste en atravesar ese caos, plantarle cara y
restaurar el orden, o sucumbir en el intento. Todas las odiseas son regresos, reconquistas del lugar.
ERRAR. Hay no sé qué aire
limpio en equivocarse de vez en cuando: no es que errar sea humano, es que solo
al errar somos realmente humanos.
A PESAR DE NOSOTROS. La vida sigue siempre, a pesar de nosotros, y, aunque le duela un poco a nuestro narcisismo, en el fondo es un alivio comprobarlo.
HACERSE EL TONTO. Cuando impera el despropósito, hacerse el tonto es mejor
que discutir.
Cuando los inteligentes enloquecen, el tonto conserva la
cordura.
Dejemos persistir al tonto, pero solo para que se
convierta en sabio.
Hacerse el tonto sirve para salir del paso cuando no
tenemos otro modo, y es útil mientras previene de un mal mayor. Pero si en
lugar de evitar problemas los provoca, es mejor salir al paso. A veces, el otro
no es honesto ni razonable. Quien se hace el tonto se busca que lo traten como
tonto.
DUDA. Nuestros
conocimientos pueden ser nuestra cárcel, si
los elevamos a la categoría de absolutos. La duda es la libertad del saber.
DON DE LA OPORTUNIDAD. Una de las claves de
cualquier victoria está sin duda en la estrategia, en ser oportuno. No basta
con hacer cosas acertadas, sino que hay que hacerlas en el momento adecuado, ni
antes ni después: cuando la situación, prácticamente, las reclama.
PENSAR Y ACTUAR. Pensar vale en tanto
que nos sirve para actuar. El más brillante pensamiento, en sí mismo, no es más
que palabrería que se lleva el viento. Solo los actos inciden de algún modo en
la dinámica del mundo.
CENIZAS DEL AMOR. El amor, la amistad…
Requieren esfuerzos continuos para crecer y, sin embargo, pueden morir -zas- en
un momento, por nada… ¿O quizá no? ¿Quizá lleguen a veces a sobrevivir más allá
de sus cenizas?
IDEOLOGÍAS. Las ideologías son a
menudo trampas: surgen tras los hechos para justificarlos.
DEMAGOGIA Y SOFÍSTICA. Unos mismos
argumentos pueden ser utilizados para actitudes y posiciones radicalmente
distintas. En ello reside la demagogia, y es el poder de la expresión. Una idea
bien expresada convence más que una idea lúcida y verdadera. Es la
sofística.
Si podemos defender
posiciones divergentes con los mismos criterios es porque las mismas cosas
pueden clasificarse de distintos modos (de modos infinitos), y, siendo válidas
las clasificaciones, pueden llevar a conclusiones opuestas.
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