viernes, 25 de diciembre de 2020

Experiencia

Uno de los valores que ha subvertido nuestra sociedad líquida es el del respeto a la edad.
En las pequeñas comunidades rurales, la vejez era tratada con reverencia.


La memoria se consideraba un ingrediente de la sabiduría. Esa veneración ayudaba a atemperar la impulsividad de la juventud con la prudente experiencia. 

Hoy en la vejez solo se ve una seña de declive. El mundo urbano es demasiado abigarrado, cambia demasiado deprisa para los viejos, que pronto se quedan atrás. Los ancianos, más que los niños, han pasado a ser una minoría inadaptada. Pocas veces se les pide consejo: su experiencia queda desacreditada porque pertenece a otros tiempos; demasiadas prisas para tolerar su lentitud, demasiada novedad para compartir con paciencia su rumia complaciente del pasado. Los viejos se quedan solos con sus recuerdos y sus achaques. 

Pero no hace falta ser viejo para comprobar que la experiencia ya no es tratada como valor. Los que se incorporan a una profesión ya no se abren a aprender de los que llevan años ejerciéndola. Creo que eso nos empobrece a todos: al experto se le priva de un reconocimiento que suele merecer, el novato se pierde un caudal de referentes que le enriquecerían. La propia necesidad de aprendizaje se ha vuelto líquida.

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