martes, 9 de septiembre de 2025

Rigurosa intimidad

Las relaciones íntimas son de los mayores desafíos:
a la paciencia, a la generosidad, a la sagacidad, a la confianza… Su intensidad nos pone a prueba.         

Montaigne prefería la nitidez de la amistad, pero su ligereza se debe a que también es más simple; el compromiso íntimo deja el alma a la intemperie, y por eso nos resulta aventurado e inquietante. A un amigo solo le pedimos que sea amable y leal. Con la pareja somos mucho más exigentes, hacemos recaer en ella nuestros deseos y nuestros fantasmas, nuestras esperanzas y nuestras manías; cada detalle puede comportar una felicidad rutilante o una herida imperdonable; cada roce, una caricia o el comienzo de una batalla campal. A fin de cuentas, estemos concediendo a otro un papel protagonista en el relato de nuestra vida, y nos gustaría que ese relato fuese el más hermoso. Reconozcamos que se lo ponemos mucho más difícil, a veces tanto que no es extraño que nos decepcione o que salga huyendo. 

Tal vez no estemos a la altura porque se nos pida demasiado, y al revés. Tal vez nos exijamos en exceso incluso a nosotros mismos, que fantaseamos con ser los mejores amantes. La intimidad ya es ardua de por sí: a menudo la complicamos con pretensiones desmedidas. La sencillez ayuda, la compasión ayuda más. Cuando todo se tambalea, la última palabra la tiene el amor. 

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