La vida suele favorecer a los valientes, no porque sean mejores (el universo no es moral), sino por aquello de que el destino ayuda a quien se ayuda a sí mismo.
Es valiente el que hace lo que hay que hacer, cosa que requiere afrontar todo tipo de obstáculos, como nos enseñan los héroes épicos. Por suerte no necesitamos llegar tan lejos, para nuestras epopeyas domésticas basta con tener un poco de criterio y atenerse a él.
Ser valiente significa que sabemos que la vida es difícil, y que aun así estamos dispuestos a responder. Aunque nos cueste, aunque nos dé miedo, aunque no haya ninguna garantía y a menudo fracasemos. La valentía en sí es un instrumento de la voluntad, el esencial y último. Cuando damos un paso más y la cruzamos con la dignidad, la convertimos en virtud. El coraje al servicio de lo correcto funda la ética.
La terapia japonesa Morita consiste en hacer lo que debe ser hecho. Así de simple, así de arduo. Convertir lo apropiado en deber, y el cumplimiento del deber en cura: muy japonés. Se trata de instaurar un orden en la vida, consumar la tarea que nos corresponde, como diría Ortega. Suele llamársele «tener redaños», y es, en definitiva, un ejercicio de valor. El ejercicio necesario no solo para lograr las cosas, sino para que hacerlo valga la pena.
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