Los domingos son días ingratos porque no tienen futuro; en ellos no se puede retozar impunemente, contando que la libertad aún durará. Cada acto del domingo se impregna de la gravedad de un epílogo.
Hay que apresurarse a aprovechar el tiempo libre que se agota, y esa premura nos impide saborearlo. Es más: hagamos lo que hagamos, siempre nos quedaremos con la incómoda sensación de haber fracasado; porque nunca logramos cumplir todo lo que esperábamos, y porque en cada acto hemos perdido muchos otros que, como todo lo que falta, siempre nos parecen mejores.
Una vez más, tomar las cosas a la tremenda es la principal dificultad para disfrutarlas. Cuando nos sentimos urgidos a escoger lo mejor, nos condenamos a debatirnos en la incertidumbre, y a que cualquier elección nos parezca insuficiente. En los restaurantes de bufet libre damos vueltas y vueltas entre infinidad de platos, y cuando por fin nos decidimos miramos arrepentidos el plato del otro.
El territorio de lo perdido es siempre más vasto, pero el de lo ganado es el único que tenemos. ¿Por qué nos cuesta tanto refutar a los pensamientos sombríos, que nos cargan de reproches y frustraciones? La felicidad sería disfrutar igual del domingo que del sábado.

¡Interesantes reflexiones!
ResponderEliminar¡Gracias por darme la oportunidad de compartirlas!
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