Vivimos un tiempo desquiciado, en el que todo parece fuera de lugar y de medida. Probablemente siempre fue así, y nos engañemos entregándonos a la nostalgia de otros tiempos.
No vale la pena añorar lo que no hemos conocido, ni lo que recordamos mal. La flecha del tiempo no tiene regreso. El pasado es un territorio del que apenas percibimos sombras. Si podemos aprender algo de él, será tan solo la inspiración de ideas nuevas.
Pero cunde la sospecha de que estamos haciendo algo muy mal. La sociedad se desangra por sus costados más vulnerables: la multitud innumerable de los indigentes, que saltan alambradas pidiendo una oportunidad; la naturaleza rota que no resiste nuestro monstruoso parasitismo; la existencia que arrastramos, herida de ansiedades por vernos reducidos a objetos y lastrados de incertidumbres; los viejos que languidecen apartados en muladares; los jóvenes que se agreden o se suicidan, como bestias acorraladas.
Muchos tenemos la sensación de estar remontando una edad desmesurada, arrolladora, reos de un tiempo que ha perdido el control y el sentido. Habría que concebir una nueva sencillez. Si no la conquistamos, quizás al final nos la imponga la propia vida, desmoronando en su pleamar nuestros castillos de arena.
Echale un ojo a este famoso experimento: https://psicologiaymente.com/social/universo-25. Quizás explique algunas cosas.
ResponderEliminarUna vez más, hay que quitarse el sombrero ante la oportunidad de tus aportaciones. Como estudiante de psicología, te lo agradezco doblemente. Había oído hablar de experimentos sobre el efecto del gregarismo y la reducción de espacio disponible, pero no conocía este en concreto, y me parece de primera fila.
EliminarTal como insiste el redactor, hay que ser cauteloso a la hora de sacar conclusiones extensibles a los humanos. Sin embargo, los resultados del experimento son tan radicales que uno no puede evitar ser pasto de sospechas. Evocar a Malthus (y a estudios neomalthusianos como el de los límites del crecimiento ya en 1972) parece demasiado simplista, y sin embargo uno no puede dejar de evocar, al menos, la implacable realidad del límite.
Todos los crecimientos han de tener un límite: el económico, el demográfico, el del consumo, el de la explotación de la naturaleza... La tecnología nos ha permitido esquivar ciertos límites naturales, pero a costa de una sobreexplotación de los recursos. Dicho de otro modo: no ha borrado la raya del límite, solo la ha trasladado un poco más allá, y a un precio cada vez más alto.
Ante esto, surgen incontables preguntas, todas acuciantes. ¿Dónde está el límite ahora? ¿Nuestra especie es capaz de controlarse para atenerse a ellos, o, como todas las especies, tiende a un irrefrenable crecimiento infinito? ¿Cuántos de nuestros problemas actuales (como tú sugieres y apunta dramáticamente el destino del Universo 25) provienen de haber traspasado ya una frontera autodestructiva? ¿Cuántos están por venir? Etcétera.
Si algo merece nuestra atención y nuestra angustia son estos interrogantes. Y, en efecto, a muchos nos quitan el sueño. Cierto que eso no resuelve nada, así que cuesta condenar a los que miran hacia otro lado. Lo inexorable es que todos vamos deslizándonos hacia el precipicio.
Perdón por el pesimismo. Hoy no doy para más. Gracias por la aportación, un saludo.
Completamente de acuerdo!
ResponderEliminar