La Historia es un encomiable intento de hilar las piezas sueltas que nos legó el pasado en una secuencia que explique el presente.
Se trata, pues, de convertir los hechos en relatos: coleccionar fechas, nombres y números resultaría trivial si no se hiciera luego el esfuerzo por concebir a partir de ellos fenómenos, articularlos y conectarlos con lo que vino después. Ahí es donde la Historia se vuelve personal y poética, al traducirse en narrativa, como hace siempre la memoria.
No existe, ni puede existir, una sola Historia, una Historia definitiva: hay tantas como historiadores e interpretaciones. Todo el conocimiento es así: parcial, provisional, polémico. Pero las ciencias naturales cuentan con indicios y datos más palpables, medibles, objetivables. Las ciencias humanas trabajan con muestras fugaces, complejas, ambiguas en sí mismas; testimonios a menudo personales, irrepetibles. En lo humano todo se mezcla y se imbrica, no se puede hacer una estricta diferenciación entre causa y consecuencia, pues todo es ambas cosas, y de muchas maneras. Lo humano es intrínsecamente sistémico, y por eso no podemos esperar describirlo ni entenderlo definitivamente. Apenas entrever conjuntos, percibir pautas, señalar tendencias.
La Historia tiene mucho de filosofía y de literatura, por eso su gracia consiste en reescribirla.

No hay comentarios:
Publicar un comentario