Lecturas G-L

 GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel 
                                                                                                                                                                                                     
Ojos de perro azul
Colección de cuentos primerizos y titubeantes que anticipan, solo insinuándola, la magia diabólica que florecería más tarde en la pluma del gran maestro. Escritos entre 1947 y 1955, estos relatos irregulares nos muestran un García Márquez farragoso, que bucea por las oscuridades de la amargura y el miedo hasta los límites de la humanidad, asomándose a lo inquietante y, un poco más allá, a lo mágico. Seres atormentados, solos ante su destino, que monologan incluso en tercera persona, que pierden pie de la realidad para desplomarse en mundo surrealistas y simbólicos, en los que hasta la identidad se disgrega como en los fragmentos de un espejo roto… 
    A pesar de los artificios, las reiteraciones y los hiatos, empieza aquí a manifestarse el escritor de la cadencia ágil y la imagen inusitada, poderosa y contundente. La muerte y su presentimiento serían quizás la temática más recurrente: la muerte definitiva, física, y la otra, la muerte en vida de la desolación y el desasosiego. Mis preferidos: "Ojos de perro azul", metáfora de esa persona, única en el mundo, que acaso podría amarnos de verdad, y que resulta inalcanzable porque existe únicamente en el sueño; "Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles", crónica de una muerte demorada; y "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo", donde la magnificencia trepidante del suceso y el esplendor de la prosa hace adivinar que, si García Márquez no había hecho ya el pacto con el diablo, estaba al menos inmerso en negociaciones.

El amor en los tiempos del cólera
Ambientado en Colombia entre el XIX y el XX, narra las largas vidas de Florentino Ariza y Fermina Daza, y cómo el amor triunfa al final a pesar de las discrepancias del destino. Florentino conserva intacto el amor por Fermina, a pesar de que ella le plantara de jóvenes, y a pesar de que cincuenta años den para muchos desmanes, buenos y malos, que de todo tiene que haber. Lo que tan largamente ha preparado Ariza finalmente sucede, y García Márquez nos regala con un final feliz que todos merecemos: autor, personajes y lector, después de recorrer el profuso laberinto de amor y odio, pero siempre de elegante sorpresa, por el que nos conduce esta historia minuciosa y humana.
    Alguien ha calificado esta como la mejor obra de García Márquez. Por magnífica que resulte, yo no estoy de acuerdo. Si bien es cierto que es una de las más entrañables -difícilmente más que El coronel no tiene quién le escriba-, y sin duda original y renovadora en ciertos aspectos, ni la técnica ni el argumento superan la arquitectura de El otoño del patriarca, ni tampoco nos encontramos personajes de más relieve ni acontecimientos más insospechados que en Cien años de soledad.
    Puede que sea la mejor acabada. El paso del tiempo parece animar al autor a ser más benévolo con los personajes y con el mundo que les rodea. Ya no se sirve del realismo mágico para atacar con fiereza y sin moraleja los desmanes de las sociedades latinoamericanas; aquí se permite dar rienda suelta al cariño que le inspiran las tristes y hermosas vidas humanas. Márquez, esta vez, se recrea especialmente en la psicología de sus personajes, se permite idealizarlos, y traslada la grandeza mágica con que siempre supo dotarlos a una historia de amor sin concesiones pero entrañable.
    Los mejores momentos del libro se encuentran en su tercer cuarto. Hasta entonces, los personajes están incompletos, parece que no hacen otra cosa que prepararse para lo que sucederá. A partir de ahí parece que cada cual se pone en su sitio y podemos ir navegando, con la suavidad de un vapor, hacia la gloria final, a la que perdonamos si nos resulta un tanto peliculera, simplemente porque es justo que lo sea.
    El amor en los tiempos del cólera es una obra a su manera grandiosa que merece la lectura repetida. Exhala una impresión de intimismo y de subjetividad que no abundan en las novelas de Márquez. Tal vez sea, secretamente, ese enigmático manual de amor que Florentino escribe en sus ratos de nostalgia.

Relato de un náufrago
Gabriel García Márquez reconstruye, con su pluma pródiga y airosa, la historia del naufragio de Luis Alejandro Velasco, marino del destructor colombiano Caldas, quien cayó al mar por la imprudente sobrecarga de contrabando y permaneció sobre una balsa diez días, hasta que la suerte lo hizo acabar en la costa. "Mi heroísmo consistió en no dejarme morir", afirma el marinero; pero la lucha por la supervivencia de este muchacho de veinte años cobra matices indudables de heroísmo y valentía: su enfrentamiento a los tiburones, su ingenio para zafarse del sol tropical, la sencillez con que afronta la nueva y breve condición de héroe de la patria... Todo se tiñe de épica y de poesía en esta historia a través de la prosa del maestro.
    El ejercicio de precisión del relato, impregnado de acento poético y cadencia elegante, requiere ese saber raro y difícil al que nos tiene acostumbrados García Márquez. Esta fue una de sus primeras obras, y su destino era periodístico; sin embargo, el colombiano añade a la contundente objetividad de la noticia la cálida carga de subjetividad del protagonista, y maneja con precisión el tiempo y el ritmo de los acontecimientos, adelantando algunas de las más brillantes características de su prosa, como la imbricación de acontecimientos pasados, presentes y futuros, en una complicidad con el lector que lo eleva sobre los personajes, prisioneros del presente.
    El realismo de la caracterización nos traslada a un Caribe entrañable y monstruoso, dispuesto a hacer pagar al hombre el precio de su subsistencia. Asistimos así a una alegoría de la soledad del individuo, ese naufragio personal que todos sobrellevamos con nuestro cotidiano heroísmo y que escapa a cualquier crónica colectiva. Velasco, aislado en el mar, lucha, desiste, espera, como todos y cada uno de nosotros nos debatimos por aguantar un poco más en nuestras derivas cotidianas.

La mala hora
Siempre hay una mala hora acechando a cualquier individuo o a cualquier pueblo desde las atalayas del destino. Sin embargo, para un pueblo colombiano postrado por un alcalde traidor y tirano, asediado por unas inagotables y sofocantes lluvias tropicales y enfermo de ira por un pasado demasiado terrible para olvidarlo, para un pueblo así, para un país que está hecho de esos pueblos, la mala hora es un signo permanente, es una maldición bíblica de la que no existe más salida que la muerte.
    Una de las primeras novelas del ciclo de Macondo, en la que se apuntan ya algunos de los elementos más significativos que se repetirán en las posteriores. En ella, el autor apenas entra todavía en el onirismo que merecerá el calificativo de "realismo fantástico" de Cien años de soledad. Antes al contrario, afronta la realidad descarnada de la lucha sórdida que se teje, que va fraguándose bajo las ínfulas del terror de los tiranos, y que más tarde o más temprano se desborda en un estallido colectivo, simbolizado aquí por unos misteriosos y anónimos pasquines: aparentemente, no son más que una mala pasada, cebada en la envidia pueblerina; pero sabrán poner el dedo en la llaga de las conciencias de quienes no las tienen en orden.

El general en su laberinto
Simón Bolívar emprende en 1830, poco antes de su muerte, derrotado política y moralmente, un viaje en barco por el río Santa Magdalena, en busca del mar que lo llevará a cualquier país borroso en que recuperar una paz improbable. Si nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir, Bolívar repasa míticamente en el desgranarse de esta novela los complejos entresijos de su vida, a lo largo de un viaje de varios meses que acabará en una muerte atormentada y solitaria en las proximidades del océano, cerca de Santa Marta.
    Es esta una narración de madurez de García Márquez, en la que el maestro maneja su sabiduría narrativa con más técnica que fluidez, adentrándose en la difícil empresa de compaginar historia y ficción. El resultado, al margen del rigor de los hechos y la polémica figura de Bolívar, es bello y sabio, pero acaso un punto académico, privado de la palpitación íntima, del vibrar de las pasiones desnudas del ser humano del que son tan pródigos sus otros relatos. 
    En lo que el maestro no derrapa ni un ápice es en su audacia a la hora de bucear por los entresijos de un alma herida por la existencia, haciéndonos partícipes del drama solitario de un prócer derrotado. 

GARCÍA MORALES, Adelaida 
                                                                                                                                                                                                     
El silencio de las sirenas
El relato de Adelaida García Morales, El silencio de las sirenas, es una historia que comprendo bien y me dice mucho, aunque se queda corta y la sensación es de que no ha profundizado en un tema que daba mucho más de sí. Es difícil que Adelaida llegue a ser novelista, pero también lo es que domine el relato corto. Se nota que se cansa pronto del esfuerzo de escribir, quizá porque siente demasiado. Sus temas son fascinantes, y de una hondura extraordinaria, pero ella no va más allá de sugerirlos.





GOETHE 
                                                                                                                                                                                                    
Werther
El joven Werther aprovecha las vacaciones de verano para visitar una deliciosa aldea campesina, Wahlheim. Allí entabla pronto una entrañable relación con algunos de sus habitantes. Pero será con el conocimiento de Carlota, bella y exquisita joven, cuando el vulnerable corazón de Werther se verá seriamente convulsionado. A la inicial dicha seguirá, sin embargo, una angustiosa amargura, cuando el joven deba afrontar que su amada está ya comprometida y no ve en él sino a un buen amigo. El suplicio del amor frustrado va apoderándose de Werther, hasta el punto de hacerle pensar cada vez más en la muerte como amable escapatoria. Finalmente, Werther se destrozará la cabeza de un tiro con las pistolas de su propio rival.
    Una obra imprescindible, sincera y llena de sensibilidad, que constituye uno de los textos primeros del romanticismo. Sin embargo, su lectura me ha resultado pedregosa, no he discurrido por la narración con esa fluidez imperceptible de las obras que conmueven. Me ha costado todo: el relamido estilo dieciochesco, la ingenuidad y la exaltación románticas... 
    Pero no se puede leer Werther sin cuestionarse el propio lugar de las emociones: ¿hasta qué punto se pueden dominar los sentimientos? ¿Dónde acaba la sensación, esto es, lo irracional y por tanto incontrolable, y dónde empieza el dominio de la razón? ¿Es una exageración pensar aún en el imperio de las pasiones? Es probable que en para estas preguntas cada cual tenga sus propias respuestas, exclusivas de cada sensibilidad. Aun así, no he podido evitar la sensación de estar ante una historia pasada de moda.

GOLDING, William 
                                                                                                                                                                                                    
El Señor de las Moscas
Mi cita con esta novela es antigua y siempre pospuesta. De algún modo, me daba pereza el argumento, que ya conocía por lo mucho que había oído hablar de él.  Me temía lo que en efecto es la primera parte: la manida historia de supervivencia en una isla, con sus descubrimientos, sus misterios y sus cocoteros; y la convivencia entre un grupo de críos, con sus juegos, sus rivalidades y sus diálogos sin mayor trascendencia.
    Confieso que me costó avanzar y tuve ganas de dejarla. El comienzo es abrupto y no tiene la menor cortesía con el lector: los críos ya están correteando por la isla, se insinúa un accidente pero no sabemos qué ha sucedido exactamente, dónde ha ido a parar el avión, cómo es posible que no haya sobrevivido ni un adulto si todos los niños andan tan campantes... 
    Ignoramos aún que a Golding no le interesan los detalles, él quiere fabular y meditar acerca de una situación de arrinconamiento colectivo, quiere conducirnos a lo largo de un experimento sociológico; no en vano todo empieza con el establecimiento del liderazgo y la organización grupal en forma de asamblea, metáfora de la democracia que halla su símbolo por antonomasia en la caracola con la que se convoca a reunión y se gana el derecho a la palabra. 
    A partir de ahí, el autor se limita a perfilar la psicología de algunos personajes y sus relaciones. Es más: ni siquiera se plantea el principal problema en una situación así, que sería la supervivencia; hay frutos abundantes y aparentemente inagotables. La isla se convierte en un escenario para la organización de la actividad, el conflicto y la lucha por el poder. Las bellas descripciones no hacen más que intensificar la sensación de encontrarnos frente a un escenario frío, inhumano, en el que los sucesos remiten más a los conceptos que a las personas. Pero incluso como fábula moral, y a pesar de algunas escenas sugerentes, la historia no consigue atraparnos, se nos sigue haciendo soporífera y absurda. 
    Sin embargo, a la mitad del libro la situación da un inesperado vuelco atroz. Surgen tensiones y disensiones, los ánimos se exasperan cuando se desata el miedo a un monstruo acechante. Se quiebran los acuerdos, se abandona el raciocinio (la sensatez de priorizar mantener vivo el fuego para que les rescaten) y algunos niños forman su propia tribu, entusiasmados por la sangre de los jabalíes cazados y agazapados tras los colores que tiñen su piel. Pero el verdadero terror se desatará cuando, en un arrebato de frenesí, la tribu agrede a un inocente cabeza de turco hasta matarlo. Quebradas todas las normas, demolidos todos los valores que mantenían el frágil pacto de la civilización, se impone el paroxismo sin límites del alma salvaje, ciega, autoritaria y agresiva.
    No se puede leer esa segunda parte sin quedar tan herido como los protagonistas, víctimas o verdugos (estos nos parecen también víctimas, a su manera: no olvidemos que se trata de niños). Golding no nos presta ningún refugio: la violencia, enseñoreada, lo arrasará todo, hasta la propia isla. Solo la llegada de los ansiados (pero ya olvidados) rescatadores apuntará una resolución desesperada que salve a los protagonistas de sí mismos.
    Se ha criticado el pesimismo, más bien esquemático y superficial, de la sombría moraleja de Golding. A pesar de su descarnado diagnóstico, queremos seguir creyendo en el ser humano, y nos sentimos capaces de aducir muchas objeciones en su defensa. Pero Rousseau ya ha quedado en entredicho. Esta fábula espesa y cruel, cargada de impactantes simbolismos, nos obliga a mirarnos al espejo y nos enfrenta a nuestras sombras, para, al cabo, abandonarnos en medio del océano de la vida atormentados por la sospecha hobbesiana de que el salvaje sigue intacto, e irreprimible, en alguna parte de esos náufragos que somos.

GRANDES, Almudena
                                                                                                                                                                                                     
Las edades de Lulú
Lulú no se llama Lulú, pero qué importa. Desde pequeña le aplican este nombre, de connotaciones ingenuas y perversas. Lulú descubre el amor, o más bien el erotismo, a los quince años, de la mano de un libertino amigo de su hermano. Se adentra en ese camino con la mezcla de curiosidad y temor que caracteriza a cualquier principiante, de la mano de un joven que le dobla la edad y que se convierte, para toda la vida, en el maestro. Pero las rutas del deseo son enrevesadas, y afrontarlas desde la fijación de una eterna niña puede extraviarnos por ellas. La fiesta masoquista final, con sangre y riesgo de muerte, será quizás el comienzo de una edad adulta para una Lulú de treinta años.
    Es una historia sugerente, pero no imprescindible. Obra primeriza que catapultó a la fama a nuestra malograda Almudena Grandes. La propuesta de una eterna niña grande, curiosa e ingenua como cuando en la adolescencia conoció el primer amor, permite a la autora adoptar un punto de vista original, y nos hace reflexionar sobre las fijaciones que nos imprimen nuestras primeras experiencias. La forma en que Lulú experimenta sus aventuras, su pasional y accidentada relación con el que fue su primer amante y será su marido, el descubrimiento de ciertas secretas perversiones cuando el matrimonio se va al agua... Sin embargo, el ritmo de la historia es irregular, la construcción resulta confusa por un abuso de los saltos en el tiempo, y el final, más bien grosero y simplón, defrauda al lector y transmite la impresión de que la novela se escapa de las manos.

HAMMETT, Dashiell 
                                                                                                                                                                                                     
El halcón maltés
Sam Spade, detective privado en San Francisco, se ve involucrado en la compleja trama de pugnas de un grupo de criminales internacionales en busca del Halcón maltés, una estatuilla de valor incalculable que data del siglo XVI.
    Como siempre en Hammett, el despliegue narrativo absorbe de principio a fin, no deja de sorprender y mantiene un ritmo que arrastra al lector junto a los personajes. Magistral como novela negra, llega más allá, adquiere dimensiones alegóricas en torno a esa pieza casi sagrada, ese halcón que no aparece en ningún momento de la obra, que quizá ni siquiera existe, y que sin embargo, como un fantasma, posee el mágico poder de desviar, o quebrar tajantemente, la línea vital de cuantos se cruzan en su camino.
    Destacan especialmente los vivísimos diálogos y, por encima de todo, la semblanza psicológica de los personajes, sus pasiones, sus bajezas, sus contradicciones. El personaje de Sam Spade, el detective endurecido y cínico pero fiel a su cometido, más perdedor que héroe, se convertirá en verdadero paradigma dentro del género negro.

HESSE, Hermann
                                                                                                                                                                                                     
El caminante
Cuaderno de notas, acuarelas y poemas rápidos del autor, realizados en uno de sus peregrinajes solitarios por los pueblecitos alpinos, entre Suiza e Italia. Manual de sencillas y sinceras reflexiones sobre la soledad y las iluminaciones que recibe el hombre de sí mismo cuando recorre el silencio.
    A veces las obras más simples y menos elaboradas transmiten con más nitidez el alma de un autor. Si todo viaje es iniciático, si en toda travesía hay una búsqueda de claves sagradas, la excursión del autor a través de la belleza de las montañas alpinas tiene como destino último el continuo encuentro consigo mismo.
    Encuentro que no siempre resulta placentero. Asistir sin concesiones a la desnudez de los abismos interiores conduce a veces a serenas placideces; otras, a onerosos infiernos. El paisaje responde siempre como un espejo del ánimo. Los árboles se convierten en inspiradores maestros, las nubes tormentosas pesan como la vida misma.
    Cuando escribe estos textos, Hesse, con 41 años, atraviesa la mitad de su vida. En la parquedad de estas líneas se reconocen las posturas y temáticas que repetirá insistentemente a lo largo de su obra: la introspección como única vía para hallar la paz y la respuesta a las cuestiones fundamentales; la duda entre la vida apacible del burgués acomodado y el errante camino del vagabundo; el esfuerzo por captar el misticismo que palpita en el entorno; el afrontamiento de la difícil dialéctica entre razón y pasión... Todo ello desde un espíritu melancólico, que nos aproxima a la transparencia de los niños... Como indica Bompiani, "ascética y afán de vida, meditación y sensualidad, ambiente de ensueño y conciencia de la realidad, fantasía y crítica histórica, forman en su obra una unidad dialéctica".
    Todo ello, en este librito, pasa por las sencillas meditaciones que inspiran al poeta los intimistas paisajes, las lejanas gentes, los recuerdos... Con unas prosas conmovedoras y unos poemas más bien rudimentarios, por cierto de floja traducción. 

Demian
Como sugiere el subtítulo, se trata de una historia iniciática de infancia y juventud. Emil Sinclair, niño sensible y retraído, se enfrenta a una primera prueba de fuego para la moral burguesa de su familia (el "mundo bueno") cuando protagoniza una travesura infantil sin importancia que, sin embargo, un compañero utilizará como chantaje. Muy al estilo de Hesse, este hecho constituye un antecedente simbólico de lo que será la vida de Sinclair: una lucha por poner en su sitio los personales fantasmas, intentando diferenciar lo que pertenece al bien y al mal. La respuesta del autor se apunta desde el personaje redentor de Max Demian, una mezcla de enigmático profeta y místico, que se convierte en el mentor del protagonista: bien y mal pertenecen por igual a la vida, por lo que conviene superar tal maniqueísmo; superación que aparece simbolizada en la figura del dios Abraxas, que abarca a ambos por igual. Una propuesta que inspira a Sinclair intensos conflictos, en una ambivalencia entre la atracción y el temor o incluso la repugnancia. El final de la novela plantea una resolución precipitada de tipo surrealista que no acaba de satisfacer al lector.
    La historia empieza en forma de narración fluida y nítida, de hilo apasionante y trama de gran interés. Hesse es un gran fabulador del alma del hombre del siglo veinte, con sus temores, sus dudas, sus vacilaciones tormentosas ante la moral; pero patina irremediablemente cuando se introduce en el espinoso campo de la moralización, cuando se empeña en levantar una alegoría que ofrezca unas respuestas que, en definitiva, no acaba de encontrar. En ese punto, Hesse recurre, no sin cierto abuso, al simbolismo y al surrealismo, con sus descripciones de sueños proféticos y sus frases enigmáticas, que más bien parecen disimular una incapacidad para alcanzar una conclusión a la altura del desafío propuesto. Detalle aparte sería la inquietante carga ideológica que subyace en la "nueva religión" preconizada por Demian, de resonancias reaccionarias e incluso protofascistas: exaltación de la fuerza individual, derecho a apartar a los otros si nuestro interés lo requiere...

Gertrudis
El protagonista es un músico, Kuhn. La historia gira en torno a su amor de toda la vida, una mujer que es a la vez su amiga y su amor platónico. Esta trama sencilla y tan al estilo de Hesse le sirve para desarrollar una historia larga y densa de caminos de introspección en la que el autor reflexiona sobre la vida entendida como aprendizaje. Otro personaje, el cantante Heinrich Muoth, jugará el papel de "otro yo" del protagonista, lo que él nunca pudo o acaso no quiso ser, y que, quizá por eso, le arrebató su mayor objeto de deseo.
    Esta novela no se cuenta entre lo más destacable de la obra de Hesse, pero sigue su patrón acostumbrado y merece una visita. El tejido intenso y tupido de su devenir aproxima como un feliz delirio, por un lado, a lo más hondo de la aventura humana, pero la reticencia pequeñoburguesa le roba audacia a la hora de asomarse a los abismos del alma. 

HODGSON, William H. 
                                                                                                                                                                                                     
La casa en el confín de la tierra
Se encuentra un manuscrito entre las ruinas de una casa, al borde de un enorme pozo inescrutable y siniestro. "Soy un hombre viejo. Vivo aquí, en esta antigua casa, rodeado de enormes y abandonados jardines..." Así empieza la historia, o más bien pesadilla, contenida en el papel. El protagonista compra una antigua mansión solitaria, donde empiezan a tener lugar sucesos inquietantes: viajes oníricos a lugares del universo poblados por criaturas que acechan en la oscuridad, aparición de unas criaturas monstruosas mitad cerdo mitad hombre, exploración infructuosa del pozo... En el espantoso final, un nuevo ente acecha fuera de los muros; su estigma, una especie de mancha fluorescente que va carcomiendo la carne, empieza a extenderse por el cuerpo del protagonista. Cuando este se halla determinado a suicidarse para evitar los sufrimientos de la agonía final, algo sube por las escaleras... y la narración queda interrumpida.
    El relato es irregular, avanza a empellones que sacuden al lector sin conducirlo nunca a ninguna conclusión. Este carácter fragmentario crea una molesta sensación de sacudida continua, de locura que uno no sabe si está en una realidad que se ha quebrado o en una mente desquiciada. El espectral personaje de la hermana del protagonista, que convive con él sin verse afectada, aparentemente, por ninguna de sus experiencias terroríficas, intensifica este efecto.
    Parece imposible agarrarse a ningún resquicio de sentido. ¿Por qué cerdos? ¿Qué relación pueden tener estos animales anodinos, repugnantes, con la puerta que une nuestro planeta con el centro del Universo, con las criaturas que acechan desde la oscuridad infinita, ansiosas de invadirnos a través de las grietas de nuestra casa? ¿Qué horror nos espera en el más profundo conocimiento de lo primigenio?
    En esta novela desconcertante, que se ha visto como antecedente del terror cósmico de Lovecraft, Hodgson plantea hábilmente la duda angustiosa entre los horrores desconocidos del mundo y los que acechan desde nuestra propia mente atormentada.

KENNEDY TOOLE, John 
                                                                                                                                                                                                     
La conjura de los necios
El libro se desenvuelve alrededor del protagonista, Ignatius Reilly, a lo largo de unas pocas semanas que se emplazan entre dos acontecimientos fundamentales que cambian su vida: el primero obligará a Ignatius a abandonar el aislamiento del mundo en su casa familiar, lo que desencadenará todo tipo de peripecias que desembocarán en el segundo suceso: la huida de la casa materna y el comienzo de una nueva etapa.
    En un claro paralelismo con el Quijote, Ignatius está dispuesto a salvar la corrompida sociedad mediante una inmensa obra filosófica de lo más extravagante, que es su única dedicación. Vegetar y escribir son sus únicas dedicaciones, para amargura de su madre, una mujer sencilla y desordenada cuyo principal drama es la eterna presencia de su hijo, al que contempla con una mezcla de ternura, estupor y reproche.
    Reilly se verá obligado a salir al mundo a complicar la vida de la gente, cruzándose con personajes a cuál más estrafalario, que el autor presenta con un humor amargo no exento de una cierta ternura. Se adivina una voluntad de caricaturizar la sociedad norteamericana de mediados de siglo, desvelando las contradicciones de una época supuestamente próspera y feliz.
    Destacan especialmente dos personajes de un relieve logradísimo. El primero es el propio Ignatius, que puede desesperarnos por las aberraciones de su percepción, pero que nos cautivará por su sincero empecinamiento en subvertir una sociedad según él corrompida, a la que falta algo de "teología y geometría". Ignatius es acaso un vago, pero no un charlatán: al igual que Don Quijote quería "salvar doncellas y desfacer entuertos", Reilly, irremediablemente inadaptado, desea convertirse él mismo en una bomba para una sociedad fallidamente estable. La sonrisa que nos suscitan sus iniciativas delirantes es, necesariamente, cariñosa.
    Otro personaje sin parangón en el arte de este libro es Burma Jones, un negro que, a diferencia de Ignatius, pugna por salir de los límites sórdidos en los que se ve emplazado. Jones aspira a "adaptarse", conseguir un trabajo honrado que le permita disponer de algo de dinero, pero se ve obligado a trabajar bajo amenazas en un apestoso antro nocturno. Nos conquistan sus ocurrencias y su espontaneidad.
    El final es feliz, milagrosamente feliz, ya que el cúmulo de desafueros causados por Ignatius sirve, precisamente, para que cada cual encuentre en ellos la salida a su prisión, y hasta nuestro héroe se escabulle por los pelos de acabar encerrado en un psiquiátrico.
    Una maravillosa novela que salva a todo el mundo pero que no consiguió salvar a su autor, quien, decepcionado por no lograr publicarla, se suicidó a los 31 años. Nos apena que a John le faltara el humor con el que tan brillantemente nos regaló.

KEROUAC, Jack 
                                                                                                                                                                                                     
Los vagabundos del Dharma
Escrita en primera persona, esta novela testimonio de la generación beat, más allá de su relativa calidad literaria, muestra una extraordinaria hondura humana y alcanza una notable intensidad. Sus protagonistas, jóvenes buscadores inquietos del sentido de una vida desordenada, trascienden la mera extravagancia para mostrarnos su sincera lucha por suplir la orfandad ideológica que asola las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Para ello, bucean por el "Dharma", el mar de la sabiduría oriental, en especial el budismo zen.


KUNDERA, Milan
                                                                                                                                                                                                     
El libro de los amores ridículos
Kundera adopta un tono jovial, natural, directo, al mostrarnos las ridículas historias de amor de este libro, lo que, si merma las cualidades propiamente literarias, le imprime a su narración una espontaneidad y una frescura que captan eficamente al lector.
    Sus historias son ridículas, y por lo mismo tiernas. El autor nos sube al carrusel de las relaciones, que siempre gira en la misma dirección, pero que está repleto de situaciones irrepetibles. En el baile del deseo, hay demasiado en juego para que no se alternen la prudencia y el disparate.
    El mensaje de Kundera, a un tiempo vital y existencial (¿la sensibilidad del 68?), parece llevarnos a lo más íntimo del sentido de los actos humanos: todos hacemos el ridículo, porque vivimos prisioneros de demasiadas fuerzas contradictorias, que a menudo nos arrastran sin que nuestra voluntad tenga mucho que hacer. Si por un lado es cierto que la mayoría de nuestras historias provocan irrisión, también lo es que bajo lo grotesco y lo hilarante se esconde algo tan serio como una persona que se esfuerza por vivir.

LEM, Stanislaw
                                                                                                                                                                                                     
Ciberíada
Quizá no sea la mejor obra de Lem, pero sin duda es una de las más frescas y amenas. Los protagonistas de esta colección de cuentos son dos robots, Trurl y Clapaucio, especializados nada menos que en la construcción de todo tipo de máquinas, incluidos otros robots. Son, pues, dos hacedores, dos semidioses cibernéticos, y la idea de creación es el motor de esta deliciosa sucesión de fábulas, en las que la técnica es la herramienta que domestica cualquier rincón problemático del universo... o que lo siembra de nuevos problemas. 
    Las historias tienen moraleja, pero no son moralistas. Con humor, nos enfrentan a los más polémicos y complejos temas de la existencia y de la ética, proponiendo la imaginación como el recurso por excelencia para resolver conflictos. Así, en "La trampa de Garganciano" se plantea una divertida manera de acabar con guerras ridículas: interconectar a todos los integrantes de un ejército, lo cual les dota una inteligencia y una sensibilidad que hace imposible la batalla. "Los dragones de la probabilidad" parte de una evidencia: los dragones no existen; sin embargo, alguien construye una máquina, el amplificador de la probabilidad, que acaba por hacerlos reales; solo existe una solución: un reductor de la probabilidad... En "Las travesuras del rey Baleirón", este pide a Trurl el mejor escondite imaginable; el constructor le confiere la posibilidad de transmitir su personalidad a otros cuerpos, y el rey no duda en cambiarse... al cuerpo de Trurl. En definitiva, triunfo de la poesía y la imaginación en el lugar donde menos se la esperaría: la máquina. Y de paso ocasión bien aprovechada para la ironía y la reflexión.
    Libro divertido y a la vez profundo, que logra conferir una personalidad inusitada a su tropel de robots humanos, demasiado humanos. Ni un rastro de amargura destila de este simpático esperpento de la ciencia, la tecnología y la creación, trasunto de la naturaleza humana, que es aquí tan asumida como ironizada. Estos robots nos enseñan que la torpeza es universal, quizá inevitable compañera de la inteligencia, y que sus problemas son buenas ocasiones para divertirse y explorar caminos inéditos; todo error lleva consigo la posibilidad de subsanarlo, así que la culpabilidad resulta tan inútil como ridícula.

LORD DUNSANY
                                                                                                                                                                                                     
Cuentos de un soñador
En estos cuentos oníricos, en los que se atenúa la frontera entre la realidad y el sueño, Dunsany nos conduce a través de mundos imaginarios en los que todo lo posible pugna por existir, siempre bajo el palio sutil e inquietante del misterio. Aquí es más lo que se presiente que lo que sucede, más lo que se adivina que lo que se ve. 
    Se ha considerado a Lord Dunsany un antecedente del terror cósmico de Lovecraft. Y algo de grandeza inabarcable y trágica se insinúa en sus historias. Así, en "Poltarnees, la que mira al mar", encontramos la clásica estructura del héroe valiente que afronta un enigma para ganar la mano de su amada: parte a conocer el mar, ese lugar del que tantos no han vuelto; tampoco él regresará, porque hay sueños de los que no hay retorno. "La locura de Andelsprutz" plantea esta pregunta: ¿tienen alma las ciudades? El viajero llega a Andelsprutz y no tarda en comprobar que es una ciudad muerta: su alma huyó desconsolada una noche tempestuosa... Otra ciudad, "Bethmoora", nos aterra con su enigma misterioso: en algún lugar yacen los restos de este lugar antaño próspero que fue abandonado precipitadamente por todos sus habitantes, tras escuchar el mensaje desconocido que trajeron tres emisarios del emperador Thuba Mleen.
    Lord Dunsany traza así una geografía del terror explorando el poder del mito y enfrentándonos una y otra vez a la conmoción de indefinidas sombras.

LOVECRAFT, H. P.
                                                                                                                                                                                                     
En las montañas de la locura
Novela corta que figura entre las más "científicas" de Lovecraft, constituye acaso uno de los mitos centrales de su magistral ciclo de terror cósmico. Narra la expedición de un grupo de científicos al corazón inexplorado de la Antártida, donde descubren los restos de una civilización ancestral, que supuestamente dominó la Tierra, y de cuyos experimentos adivinamos que surgieron las criaturas que la pueblan en la actualidad. El afán de mantenerse ocultos al ojo humano los empuja a recluirse en recónditos mundos subterráneos, en los cuales parecen librar una batalla terrible con otros seres aún más extraños y poderosos, portadores de horror y muerte, a quienes intentan vedar las puertas que los conducirían hasta la humanidad.
    Lovecraft confiere hábilmente a su relato un aspecto de informe objetivo, que acentúa la sugestión perturbadora ante los indicios de fuerzas ocultas e inaccesibles. Con un ritmo cuidadosamente medido, Lovecraft nos adentra en el mundo de lo sutil, lo ambiguo, lo arcano, lo innombrable; en definitiva, lo que puede aún alimentar las pesadillas del satisfecho hombre tecnológico. Por esas brechas que la ciencia es aún incapaz de cerrar, se cuela un terror que reside en la oscuridad y en la duda, en los seres que nuestra imaginación puede concebir contra nuestra razón.

Los que vigilan desde el tiempo
Son cuatro las narraciones que A. Derleth compuso tras la muerte del maestro, a partir de sus notas y apuntes. "El que acecha en el umbral", por ejemplo, aproxima el clásico tema de la brujería y los rituales a las invocaciones capaces de abrir la puerta a los terribles Dioses Arquetípicos, que esperan pacientemente el momento propicio para recuperar la Tierra. 
    Siempre apabullante, el universo mítico de Lovecraft y sus seguidores se muestra capaz de interpretar las sensaciones más sutiles e indefinidas como sombra aún viva de remotísimos tiempos en los que la Tierra no pertenecía a los seres humanos, burdos descendientes de algún roedor afortunado, sino a unos seres grandiosos y terribles que fueron expulsados y que esperan, acechantes, el tiempo de su retorno.

Viajes al otro mundo
Colección de relatos oníricos en torno a la figura del protagonista, Randolph Carter. Lovecraft crea un inmenso universo fantástico, con sus paisajes y sus dioses, en el que se adivinan las entidades de los mitos de Ctulhu. 
El punto álgido de la colección lo constituye, sin duda, En busca de la ciudad del sol poniente. Partiendo de la clásica factura del viaje fantástico, nos encontramos un héroe en busca del tesoro, que atraviesa peligros y aventuras maravillosas, alcanzando una dimensión épica. El autor apenas nos deja respirar, precipitándonos sin tregua de una situación a otra por un universo soñado en el que nos encontramos con gules (seres que se alimentan de carne humana muerta), las bestias lunares (procedentes de remotos seres marinos), los shantaks (horribles alimañas voladoras)...

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