Lecturas M-R

 
MANN, Thomas
                                                                                                                                                                                                     
La muerte en Venecia
Gustav Aschebach, en su quincuagésimo aniversario, es un escritor consagrado de vida ordenada y convencional. Movido por una indefinida insatisfacción, que interpreta como necesidad de descanso, acaba pasando una temporada en la selecta Venecia. Una mañana, reposando en la playa, Aschenbach queda encandilado por la estampa de unos jóvenes jugando; entre ellos, destaca uno especialmente bello, Tadzio. Desde ese momento, el escritor siente una irresistible necesidad de ver al muchacho. Este amor platónico lo obsesiona hasta tal punto que ignora los avisos de una epidemia de peste, preocupado únicamente por la posible marcha del chico. Llega el día de la partida. Aschenbach acude a la playa para observar a Tadzio por última vez; el muchacho le mira, y él pierde el sentido. Esa misma noche muere, contagiado por la epidemia.
    Partiendo de un romanticismo sereno y melancólico, Mann teje una historia marcadamente "literaria", cargada de felices recovecos, bellísimas ocurrencias, profundas simbologías que trascienden con mucho el argumento y se dirigen directamente a la sensibilidad del lector. Sin moralismos (de hecho, en un desafío a la moral convencional), Mann urde un relato con moraleja, una meditación sobre la naturaleza del hombre: el amor y la muerte, indisolubles, rondan al protagonista como si algún diablo piadoso hubiese decidido salvarlo del callejón sin salida de una apatía decadente. La muerte ha de llegar alguna vez, así que por qué no hacerlo hoy mismo, en ese incomparable marco que es Venecia.
    En el fondo del relato hallamos al ser humano desnudo y desvalido cuando llega la hora de la verdad, cuando el amor se enciende en el pecho y se apodera de nuestros actos. En ese supremo instante tal vez entreveamos el sentido de la vida, o, lo que es lo mismo, el sentido de la muerte. 

MARÍAS, Javier
                                                                                                                                                                                                     
Corazón tan blanco
Releo esta historia tierna y agreste como la materia de los días, a modo de homenaje por el fallecimiento del que quizá sea nuestro mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX. 
    Ya la primera vez que la leí, poco después de ser publicada, me impactó profundamente. No tanto por su argumento, relativamente simple, como por su textura. Marías tiene una narrativa que se siente en la piel, a veces como una caricia, otras apretando hasta rasgarla. 
    La trama va avanzando como una sinfonía, en movimientos, o como los actos de una obra de teatro, en una sucesión de episodios muy acotados en el espacio y en el tiempo. El autor se toma todo el tiempo del mundo para desgranar cada detalle, apurando sin recato cuantas reflexiones le sugiere lo que pasa, pero también lo que no pasa y podría pasar. Uno tiene la sensación de que Marías revuelve en los sucesos y en las personas como quien saca uno a uno los trastos arrumbados en un arcón, empezando por los inmediatos y hurgando poco a poco en aquellos que permanecían ocultos y quizá olvidados. Lo milagroso es que todo ese batiburrillo, en el que uno a veces teme estar a punto de naufragar, acaba confluyendo en una imprevista armonía, componiendo un friso de sentido donde todas las piezas encajan y juegan un papel, donde los motivos van reiterándose igual que la vida repite una y otra vez sus estribillos.
    Y de ocultaciones y memorias trata esta historia tan delicada a veces y otras tan feroz, una historia en la que el protagonista, intérprete de profesión, se esfuerza por encontrar su propia voz en medio del ruido y la furia de la vida. Los secretos pugnan por ser desvelados del mismo modo que los tesoros quieren ser desenterrados, y nuestros corazones tan blancos se adentran en el mundo para perder la inocencia.

Mañana en la batalla piensa en mí
Esta es una historia sobre muertos inoportunos (como Javier, que se nos murió hace poco, y no le tocaba aún, o no nos tocaba aún perderlo); o más bien sobre cómo los muertos se engastan en la historia de los vivos y les persiguen o les empujan, les separan o les reúnen, en definitiva toman a ratos su timón, para llevarla a costas desconocidas, a naufragios necesarios, a derivas rigurosas. Esta es una historia sobre pérdidas -porque vivir es perder, y son los vivos siempre los que pierden, los muertos ya lo perdieron todo-, sobre ausencias repentinas e intempestivas -y cuáles no lo son-, sobre absurdos desesperantes a los que se lucha por dar sentido, significados siempre escurridizos y ambiguos y en el fondo indescifrables. 
    La aventura de una noche con una mujer casada puede teñirse de trágico enigma si la amante se nos muere entre los brazos. ¿Cómo hacer las paces con esa desconocida que dejamos sola en su soledad abrupta? ¿Cómo hacerlas, y quizás esto resulte más perentorio, con la parte del mundo que arruina su ausencia? Las muertes inesperadas nos hechizan, permanecen rondándonos para interpelarnos y llenar el mundo de preguntas. Hay que saber quién era ella, hay que saber quién se queda para añorarla y cuántas víctimas tendrá la desaparición de esa súbita víctima que se resiste al inexorable desvanecimiento. 
    Siempre hay dolor de sobras para todos, menos para los muertos, que ya traspasaron la frontera del suyo. ¿Y quién es entonces el espectro: la sombra de Marta que aún no ha encontrado su sitio en el vacío, o más bien los lazos repentinamente desgarrados que arrastran quienes la rodeaban? ¿O resulta que el verdadero espectro será el patético testigo que solo pasaba por allí en mala hora (cómo podía saberlo), por ese paraje en principio ajeno y que sin embargo le concierne tanto de repente, y no acaba de entender dónde encaja todo esto en su propia historia, y solo sabe que ignora demasiado -y hay que saber- pero sabe demasiado -lo que nadie más sabe, y tiene que contarlo-?
    Con el estilo inigualable de Marías, donde las voces se desdoblan y confluyen y se reiteran como ecos en un eterno retorno (que sin embargo avanza hacia el destino inexorable), este relato nos adentra en esas sutilezas tan exasperadas de preguntas y tan avaras de respuestas, ese vértigo en el que habitamos siempre aunque tenga que rondarnos la muerte para darnos cuenta. "Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo", maldicen los fantasmas al Ricardo III de Shakespeare, las sombras de tantos seres queridos y traicionados que ya jamás podrán salvarnos con su perdón. "Desespera y muere". Cargue cada cual con los suyos.

Todas las almas
Esta novela, que es más una colección de estampas de las vivencias de un profesor español en Oxford, aun sin tener la altura que luego cobrarán las obras clásicas de Marías, explora ya los universos, los tonos y las perspectivas que les darán un sello inimitable. 
    El protagonista (cuya subjetividad cobra aún mayor realce a través de la narración en primera persona) nos pasea por los más variopintos rincones de la vida universitaria, y nos presenta a una colección de sustanciosos e inolvidables personajes. Su condición de extranjero ocasional (español nombrado profesor en la institución por un tiempo previsto de dos años), se mantiene siempre en una posición distante que él aprovecha, a modo casi de reportero, como un espectador privilegiado de los entresijos universitarios. Bajo su prisma, la ciudad de Oxford y en especial su complejo estudiantil se nos aparecerá con el aire de una selecta y excéntrica corte, repleta de secretos y leyendas. 
    El eje argumental, sin embargo, reside en la relación íntima que el protagonista mantiene con otra profesora universitaria, Clare Bayes, uno de los personajes mejor caracterizados por Marías. Frente a los dilemas que le plantea el enamoramiento al narrador, Clare, curtida por una infancia difícil trenzada de oscuros secretos, se alza como una mujer de hierro que jamás se planteó perder el control de su infidelidad ni el lugar secundario de esta con respecto a su marido, imprescindible aun en el desamor, y su hijo, principal devoción de su vida. Ese niño, interpuesto inevitablemente en los deseos del protagonista, jugará un papel nada secundario en el discurrir del relato, precursor de ese otro niño destacado de Mañana en la batalla piensa en mí. Supongo que un día alguien escribirá, si no se ha escrito ya, un estudio sobre el vivaz papel de los niños en las novelas de Julián Marías.
    Capítulo aparte merece la enigmática y algo truculenta historia del escritor maldito John Gawsworth, investigada con curiosidad por el protagonista y que parecerá trenzada de modo mágico en su destino (y en el del propio autor, que se inspiró en el extravagante inglés para concebir su Reino de las Letras de la Isla de Redonda). Marías tuvo la osadía de acompañar el libro con dos fotografías del legendario escritor, antojo que, según cuenta en una entrevista, le costó algunas diferencias con sus editores.
   
Miramientos
Este libro no se lee: se pasea. Marías convierte los retratos en literatura, en un ejercicio de psicología arqueológica, escrutando a la persona, reconstruyendo la historia que hay oculta en el obligado teatro de la fotografía, que le sirve de punto de partida y guía para la libre conjetura.
    El volumen es una colección de artículos breves dedicados a escritores y periodistas hispanos. Los hay consagrados, como Valle-Inclán, exóticos, como Horacio Quiroga, y casi desconocidos, como Antonio Martínez Sarrión: quizá fueron seleccionados por el mero azar de que cayeran sus fotos en manos del autor; o tal vez perfilan una geografía de afectos e intereses íntimos, esas preferencias que despierta un detalle misteriosamente evocador. De todos ellos, al menos, dos fotos, para poder comparar, para auscultar el trabajo del tiempo. 
    Son estampas dedicadas al poder de la mirada. Marías hace algo más que descifrar a la persona en la imagen: enfrenta a la persona que hay detrás del personaje, pero no para investigar, sino para fantasear. Nada más objetivo -ni más muerto- que una imagen; nada más subjetivo -ni más vivo- que las impresiones que nos causa. Sin pretensión de verdad ni temor a confundirse, pues no se trata de fidelidad erudita ni de sentar cátedra, el escritor se nos dirige sin más pretensión que dialogar sobre las vidas que un obturador dejó congeladas en un fugaz instante. "No hace falta decir -avisa en el prólogo- que es todo arbitrario, discutible y seguramente equivocado".

Los enamoramientos
Esta novela inaugura la última etapa de Javier Marías, lo que podría considerarse sus novelas de madurez, después del esfuerzo que constituyó su monumental obra Tu rostro mañana. Los enamoramientos parece un intento de recuperar la estructura y el tono subjetivo, minucioso, casi minimalista de sus grandes obras centrales, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla... 
Escrita también en primera persona, y centrada alrededor de un suceso trágico -el asesinato repentino y absurdo de un llamativo desconocido-, incorpora la novedad de que su protagonista es una mujer. Detalle que para Marías debió constituir un desafío, pero que no me parece del todo logrado: el personaje de María Dolz, a pesar de estar muy bien perfilado, no acaba de resultar del todo convincente, como si uno estuviera viendo en él constantemente algo artificial, la insinuación de una máscara tras la que se oculta la verdadera voz del autor. En su presencia como testigo y luego como parte implicada en los acontecimientos siempre nos queda la sensación de estar ante una mera visitante, una mirada que se pasea sobre los otros personajes. Estos se nos aparecen mucho más consistentes, en especial el del amigo del muerto, aunque tampoco con él llegamos a empatizar: su estremecedor secreto, lejos de inspirarnos comprensión o al menos compasión, nos resulta poco más que despreciable.
El punto fuerte del libro, eso sí, siguen siendo las reflexiones trenzadas con unos hechos que, insistamos, siempre se nos antojan más bien artificiosos y forzados. Las largas retahílas de Marías, tan próximas al monólogo interior, no han perdido su capacidad de atraparnos y de enfrentarnos, en el espejo de los personajes, con nuestras propias luces y sombras.
Una gran obra, dentro de los cánones del Marías más clásico, pero seguramente no la mejor de nuestro novelista.

MARSÉ, Juan
                                                                                                                                                                                                     
Últimas tardes con Teresa
Cuando uno paga al fin una vieja deuda, se le mezcla el orgullo de haber cumplido justicia con la vergüenza de no haberlo hecho antes. Toda una vida con este libro en la estantería, desde que lo conseguí dedicado por el autor (ya no recuerdo cómo), enamorado de su título como de las mujeres con las que soñaba en mi juventud, y nunca acabé de decidirme a responder a esa llamada.
    Ha valido la pena. Viejo Marsé (no hace mucho te fuiste), glosador del mundo de charnegos, terrazas, ropas viejas y cuerpos gastados en que me crié, qué gozada reencontrarme en tu voz y tu poesía, tus personajes emblemáticos, tus estampas inolvidables de la Barcelona de mi infancia, tus historias que elevan al espesor de un drama clásico la gris supervivencia de aquellos años que, como dice Serrat, "mejores o peores, fueron los nuestros, y por tanto los únicos". 
    He elegido una foto de Marsé joven porque transmite todo el aire del personaje principal, Manolo el Pijoaparte, delincuente barriobajero y a la vez imbuido de la grandeza de los diestros supervivientes, oportunista irredento y a la vez soñador un tanto cándido de privilegios prohibidos... No hace falta convencer a nadie de la intención de crítica social del autor, que muestra sin concesiones la difícil vida de náufragos que se sobrelleva en los arrabales, y en concreto en ese Carmelo de mis primeros años en cuyas callejas mugrientas bien podría haberme cruzado con los personajes de la novela. 
    Y a este superviviente atractivo, joven, vigoroso (pero herido, como todas las almas errantes), la historia le opone la exquisitez escandalosa de la burguesía catalana, cómplice del franquismo como lo fue siempre de todos los poderes, a los que adulaba mientras le interesó. Mientras tanto, los vástagos de aquella élite jugaban a las conspiraciones, repetidores de fórmulas marxistas mientras se entretenían en manifestaciones estudiantiles: eso es Teresa, una hermosa niña bien entusiasmada por la "lucha" estudiantil, una princesita que se encandila del Pijoaparte porque cree estar ante un luchador obrero -¿caballero andante?-, un supuesto héroe de la justicia social al que admira desde su galería de bares intelectuales y villas lujosas en la Costa Brava.
    Las clases sociales no suelen mezclarse, llevan vidas paralelas dentro de sus respectivas burbujas en las que nacen y se reproducen (nunca mueren). Pero a veces se abren pasadizos insospechados, en este caso la relación del "murciano" (como los catalanes llamaban a todos los inmigrantes del sur profundo) con su criada, la pobre Maruja, domesticada en su condición servil como un perro fiel. La pobre Maruja, que se entrega a Manolo con el amor sumiso y resignado de los que no esperan nada, y que tiene la mala suerte de entrar en coma por una mala caída. Las visitas a Maruja en su lecho de moribunda constituirán la oportunidad y el límite de la aventura de Teresa y Manolo, como comprende bien ese viejo zorro de Oriol Serrat, el padre de Teresa, que deja hacer a su hija hasta el funeral de Maruja, donde le da al joven una elegante y rigurosa patada, devolviéndolo al pozo del que nunca debería haber salido.
    La crudeza de la realidad ronda constantemente alrededor del sueño de la pareja, pero Marsé deja que los jóvenes disfruten y se amen y coqueteen con un destino dulce e imposible. Sin perder de vista lo que sus devaneos tienen de impostura, siempre reserva para ellos (como para todos los otros habitantes del lumpen que desfilan por la novela, como el capo Cardenal, la sufrida niña Hortensia, el tarambana Bernardo...) una mirada de amarga ternura. Creo que este es el principal encanto de la novela: amasando el barro sucio de la realidad, despliega la poesía equívoca de un cuento de hadas, donde el plebeyo Pijoaparte tiene la oportunidad de sentirse príncipe por unos meses irreales de vacaciones de verano. La novela se impregna de poesía en esa dimensión mágica, que, como en los cuentos, suele ambientarse en la noche, con sus bares, sus bailes populares, sus panorámicas de la ciudad prodigiosa, sus apartadas villas como palacios frente al mar... Se ha reprochado a Marsé un cierto abuso de la retórica, pero yo creo que esta tiene ese objetivo: contrastar la poesía y la magia a una realidad pedestre que acabará quebrando los ensueños. Porque al final, como no podía ser de otro modo, la máquina de la maravilla se rompe, la moto Ducati vuelve a ser una calabaza robada al derrapar, y la policía clausura todas las puertas del futuro soñado. 
    Leeré más textos tuyos, Juan, pero no espero que me conquisten como este.
 
MAUPASSANT, Guy
                                                                                                                                                                                                     
Mi tío Jules
Este libro de relatos cortos magistrales me ha abierto los ojos a la figura de Maupassant: su mirada penetrante, su honda sensibilidad, su análisis de la psicología humana… Todo ello rezuma como un néctar precioso en la sencillez de estas breves historias de personas extraviadas en el laberinto humano, para las que el autor siempre tiene una mirada de comprensión y compasión. 
    Maupassant da al romanticismo decimonónico un matiz realista-naturalista: el drama pierde su grandilocuencia cuando desciende a la sencillez de lo cotidiano, y, al mismo tiempo, gana en intensidad y en credibilidad. Es posible que en el fondo palpite una visión pesimista de la vida, pero yo diría más bien que predomina la generosidad, la piedad, y, de algún modo, la esperanza: los "seres marginales" de Maupassant no son monstruos, sino personas de carne y hueso enredadas en las difíciles tramas de la vida, a menudo crueles, incluso grotescas, pero en las que alienta la dulce voluntad de vivir. Es como si el autor quisiera decirnos: todo podría ser diferente si nosotros lo hiciéramos diferente. Bastaría tan poco… 
    En el fondo, estos cuentos constituyen una denuncia de la sociedad de la época, de un sistema que, como Saturno, devora a sus hijos. Quiero leer más a Maupassant. 

Pedro y Juan
Maupassant, en Pedro y Juan, explora esos cataclismos familiares que nos obligan a afrontar las verdades amargas, y por eso nos expulsan de la modorra cotidiana y nos hacen crecer. Con ojo penetrante, implacable, ahonda en esa angustia que sentimos cuando, como decía Rilke, algo nuevo irrumpe en nosotros y ya nada puede ser como antes. Dos hermanos separados por la inesperada herencia que un viejo conocido de la familia lega a Juan. ¿Por qué no Pedro? Porque el pasado a veces guarda inhóspitos secretos, que de repente se adueñan del presente.
    Todo el mundo burgués, florido y ordenado, que habitan los Rolland, se revela huero y engañoso como un gigantesco decorado. Pedro, el lacónico, el huraño, será el más dotado para abrir los ojos, pues tiene menos que perder, aunque parezca que lo pierde todo. La fortuna no le sonríe, y eso le obliga a la lucidez. Su madre amó una vez, y no fue al patético joyero con el que se casó; su hermano fue fruto de aquel amor.
    La verdad es un duro ejercicio solitario. Al final, el decorado se sostiene: la familia podrá seguir sumida en su inane letargo burgués. El viejo Rolland, indiferente a todo, podrá seguir pescando y disfrutando de buenas comilonas: gracia de la ignorancia. Juan y su madre podrán sanar unidos las pústulas de la memoria: él rico y casado, ella ordenando sus camisas y tomando el té. Pedro, en cambio, se tiene que embarcar como médico de navío, rotas las últimas amarras de sus pocos amigos, definitivamente vagabundo. El relato es, en el fondo, el proceso iniciático de este Pedro al que en el desenlace vemos alejarse en su barco: aunque sombrío, por fin se ha liberado y tiene la oportunidad de ser él mismo. Lo ha perdido todo: le queda, exquisita y terrible, la inmensidad del mar. 

MUSIL, Robert 
                                                                                                                                                                                                     
Los extravíos del estudiante Törless
Un descubrimiento extraordinario. Musil se muestra como uno de los autores que más a fondo han buceado ese reverso inabarcable de las emociones humanas. Su esfuerzo por sondear el inconsciente, y lo que podríamos llamar "instintos primitivos o animales" del ser humano, es tan fascinante como perturbador. He leído pocos libros que encaren tan tenazmente estas honduras fantasmales de la personalidad. Musil abofetea el entorno burgués del que procede con una cruda historia de esa refinada crueldad que permanece intacta en lo inconsciente. Y se adelanta varias décadas a Hesse en su idea de "los dos mundos": el limpio mundo burgués de las buenas formas y el hogar, frente al "mundo oscuro" que acecha a cualquiera que se detenga a socavar la conducta humana, en especial los sótanos del propio yo. 

NIVEN, Harry
                                                                                                                                                                                                     
Mundo anillo
Trama muy sugestiva, personajes originales y entrañables, pero el ritmo decae desde la mitad, y el final defrauda un poco. El autor juega muy bien con el factor sorpresa, y crea unos personajes de psicología muy bien delimitada, pero los diálogos son innecesariamente largos, y algunas situaciones fatigosas. Habría ganado condensándolo más. Estos escritores norteamericanos de estilo best-seller tienen eso, que se prodigan en mil tirabuzones para acumular páginas y páginas; según confiesa Asimov, es porque les pagan según el número de páginas, como si dijéramos al peso.




PÉREZ-REVERTE, Arturo
                                                                                                                                                                                                     
Hombres buenos
Arturo Pérez-Reverte nos narra una espléndida historia en esta novela, basada en hechos y personajes reales, con esa mano que tiene él para sorprendernos y apasionarnos. En las postrimerías del Antiguo Régimen, mientras el futuro se acelera en Europa impulsado por el espíritu de las luces, España se debate aún bajo el oscurantismo medieval. Permanece implacable el báculo de una Iglesia trasnochada, que somete por igual al pueblo sumiso y a la mayor parte de la nobleza decadente, y que tiene por cómplices a lo más montaraz de la burguesía y la intelectualidad. Con todo, hay algunas personas que se asoman al progreso; personas que se esfuerzan por abrir los postigos para que corra el aire, aunque las tropas de Santiago los mantengan bajo siete llaves.
    Entre estos audaces se cuentan los integrantes de la Real Academia de la Lengua. No todos, pero sí los suficientes para plantear nada menos que la compra de la Enciclopedia francesa, libro prohibido en España pero que el rey y la Inquisición están dispuestos a tolerar para uso exclusivo de los académicos en su trabajo. Una delicada misión que se encarga a dos de los académicos, don Hermógenes Molina y don Pedro Zárate, literalmente —así se recoge en acta— dos hombres buenos.
    ¡Qué elegante manera de calificar a un hombre, tildarlo de «bueno»! Es evidente que hay que entender esa bondad en sentido amplio, refiriéndose a alguien honrado, leal, íntegro, pero también tenaz y valiente, decidido y capaz. Unas virtudes que necesitarán los protagonistas para hacer frente a un viaje de por sí peligroso, que se encargarán de complicar mucho más los enemigos del saber y la razón. 
    Zárate y Molina se convierten a nuestros ojos en verdaderos héroes por accidente, individuos casi anónimos pero que conocen la envergadura de su misión. Nuestra deuda con ellos es imposible de pagar. Estos dos hombres buenos deberían figurar en los libros de Historia como modelos a seguir y motivos para la esperanza. Frente a las legiones incontables de interesados, estafadores, corruptos y reaccionarios que procuran hacer de nuestros país su particular cortijo o su ocasión para el pelotazo; y también frente a los muchísimos pusilánimes, indolentes, oportunistas y descuidados que nos resignamos o nos acomodamos a su sombra; frente, en fin, a la triste historia de este país vapuleado y abatido, hacen falta hombres buenos que nos zarandeen con su ejemplo, que despierten el poco orgullo que nos quede y nos enseñen a hacernos valer.
    Porque es cierto que los siglos se han cebado fustigando esta península quebrada y reseca, de caínes violentos y recelosos, de gentes aplastadas por el hambre y la ignorancia, sometidas por élites mezquinas sin noción de patria ni amor de pueblo, asaltadas por piratas y bandoleros que siempre se han llevado lo mejor. Y, no obstante y contra todo pronóstico, como dijo alguien, hemos subsistido, así, agarrados al borde del precipicio, caminando por la cuerda floja, sacando fuerzas de flaqueza sin saber cómo. Y eso ha sido gracias a vete a saber qué llama milagrosa que sigue viva en el fondo de nuestras almas muertas, y al fenómeno inexplicable de que cada época, hasta las peores, nos ha legado a paisanos sabios y valiosos que han entregado lo mejor de sí mismos para que no acabáramos todos naufragando en lo peor. O, como dice Pérez-Reverte que dijo Gregorio Salvador: «Sería de justicia recordar que, en tiempos de oscuridad, siempre hubo hombres buenos que lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso… Y que no faltaron quienes procuraban impedirlo». Lo dicho: hacen falta hombres buenos.

PESSOA, Fernando
                                                                                                                                                                                                     
Cartas de amor a Ofelia
Se trata de una colección de cartas de amor que Pessoa dirigió a una de las mujeres de su vida, Ofelia Queirós, a lo largo de dos épocas: en 1920, cuando el poeta conoció a la muchacha de 19 años (contando él 32); y entre 1929 y 1930, cuando se reanudó un noviazgo con un espíritu más maduro y reposado y, sin embargo, también más escéptico, y que concluyó en la separación definitiva.
Valioso documento íntimo para aproximarse a la figura de uno de los mayores poetas del siglo. Impresiona, especialmente, asistir a un Pessoa ya maduro, culto y entregado a la cultura, que se nos desnuda en una infantilidad tan simple al dirigirse a su "Bebecito". Con 32 años, el escritor era todavía un niño, un infante que había vivido aislado del mundo en su trabajo de oficinista y en sus devaneos artísticos y culturales. Uno se pregunta: pero, ¿cómo es posible que solo le sepa explicar a qué hora pasará por delante de su puerta, o dónde se encuentra, o si se va a mudar de casa? ¿Dónde queda el poeta pródigo y sutil? 
Y es que, probablemente, solo se tiene acceso al código del amor cuando se está enamorado.

POE, Edgar Allan 
                                                                                                                                                                                                     
Aventuras de Arthur Gordon Pym
Se trata de una novela de viajes al estilo clásico. Pym nos explica su largo y azaroso viaje en compañía de su amigo Augustus, que empieza siendo una travesura de jovenzuelos, para convertirse pronto en una grave prueba de supervivencia. Los marineros se amotinan y recluyen a Arthur y otros en las sentinas del barco, donde sobreviven a duras penas, hasta que organizan un nuevo golpe de mano para recuperar el dominio de la nave. Sin embargo, en plena tormenta y seriamente destrozado, el navío se convierte para los cuatro supervivientes más en una trampa que en una esperanza, una supervivencia extrema que les obliga hasta el canibalismo. Rescatados por un buque comercial que se dirige al Polo Sur, arribarán a una isla donde los indígenas les preparan un mortal engaño. Arthur y otro cómplice logran huir en una piragua de los sangrientos indígenas, pero entonces se adentran en unas misteriosas aguas entre cuya bruma, al final, creen distinguir una gigantesca figura humana.
    Si bien este libro empieza como una aventura más o menos fantasiosa y convencional, poco a poco y sin previo aviso va derivando por una sucesión de situaciones a cuál más macabra y siniestra. En efecto, partiendo de una moral burguesa similar a la que llevó a Defoe a implantar la sociedad de su época en una isla virgen, Poe la somete a situaciones extremas que la enfrentan crudamente con sus contradicciones. El relato somete ferozmente al personaje, una vez tras otra y sin dar respiro a la fatiga, a las encrucijadas de su supervivencia. Lo increíble resulta atrozmente verosímil gracias a la minuciosidad de la pluma del autor, como en el célebre pasaje del buque fantasma.
    Un relato maravillosamente terrible, que Borges calificó de "sistemática pesadilla", y del que Neruda consideró que Poe mostraba en él su "matemática tiniebla", y que se cierra con aquella enigmática sentencia: "Esto he escrito en la montaña, y revela mi venganza el polvo de las peñas".

Cuentos
Cada uno de estos relatos se aproxima a la obra maestra. Literatura entendida ya no solo como técnica narrativa, en la que Poe es también maestro, sino como análisis psicológico, particularmente de los infiernos personales del ser humano sometido a circunstancias extremas. Aquí se utiliza el poder de la fantasía, lejos de propiciar el escapismo, para componer minuciosamente la cadencia de la existencia humana, su drama fundamental -la soledad-, especialmente atroz cuando el hombre se enfrenta con sus recónditas pasiones. Allí residen los peores terrores, y hasta allí nos conduce, como viajero experto por esas instancias tenebrosas, este gigante de la literatura, entendida, insistamos, como testimonio de la urdimbre oscura de la existencia humana.

POHL, Frederik 
                                                                                                                                                                                                     
Homo Plus
Siguiendo con la fantasía y la ciencia-ficción, regreso al estilo fresco, ágil y eficiente de Pohl, cuyo Pórtico fue una de las novelas del género que más he disfrutado. 
    El autor trata a su grotesco personaje con una ternura y una dignidad que nos recuerdan su condición humana, espantosamente vulnerada por quienes le rodean, que pasan de verle como un amigo a tratarlo como un simple objeto (¿resonancias kafkianas?). Pohl denuncia la humanidad que persiste, sus pensamientos, sus emociones. Es conmovedor el detalle de que una enfermera se enamore de él y lo acompañe hasta Marte en la primera colonia humana… Y el final resulta tan sorpresivo como ingenioso: "Homo Plus Nos"; en realidad, los artífices del proyecto han sido las propias computadoras (que en Pohl siempre adoptan rasgos humanos, como el ordenador-psicoterapeuta de la continuación de Pórtico), cuya complejidad ha llegado a ser tanta que en su seno ha surgido la propia autoconciencia. Esta idea es antecedente del Ente cibernético de Scott Card en La voz de los muertos. Finalmente, señalar los usos y abusos del "espíritu americano", que aparece a lo largo de la obra… cabe pensar que en clave de ironía.  

PRUDHOMME, Sully 
                                                                                                                                                                                                     
Poemas y pensamientos
Descubrimiento de este entrañable poeta francés de finales del siglo pasado, cuya prosa poética recorre un inefable hálito de melancolía y sensibilidad posromántica. Es de agradecer que el destino de los saldos haya puesto en mis manos este libro sin precio, en el que ha podido abrevarse la tristeza y la desazón que marcan esta época de mi vida, acordándose lector y poeta en un hermanamiento de talantes y una solidaridad de sensibilidades que salta sobre el espacio y el tiempo… 





QUASIMODO, Salvatore
                                                                                                                                                                                                     
Y en seguida anochece y otros poemas
"Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y en seguida anochece".
    
Los poemas de Quasimodo, generalmente breves y contundentes, expresan ciertamente angustia, desazón, tristeza. Son ante todo lamentos. Cantos de soledad de un espíritu desamparado, quizá por la ausencia del amor.
    El poeta se dirige a los paisajes, a los anocheceres, a la naturaleza. Comprueba que, ante ella, el hombre está igualmente solo, pero acaso menos solo. El tiempo pasa como corre el agua, como se agota el amor. Y en seguida anochece.


RILKE, Rainer M.
                                                                                                                                                                                                     
Cartas a un joven poeta
Las cartas que Rilke escribió a su joven admirador Franz Xaber Kappus, constituyen un breve y delicado compendio de intuiciones del poeta sobre el quehacer literario, pero importan más las reflexiones sobre la vida y su sentido, la actitud y la esperanza del hombre ante la existencia, el valor de los actos y de los sentimientos.
    La dulzura casi paternal con que Rilke contesta a dudas y cuestiones que le plantea su discípulo da las cartas un cariz familiar, coloquial, que hace sentir al lector la proximidad cálida del maestro.
    El poeta se muestra presto a afrontar la dura tarea, el digno objetivo de construir la propia sabiduría, ahondando en el alma como en la tierra, a fin de entresacar todas las raíces de la verdad. Una tarea solitaria porque cada cual debe hallar sus propias vías, a través del buceo en la propia alma. Todo es bueno si se aprovecha para crecer, para acercarse más y más a la verdad de uno mismo y de los otros. Rilke rechaza el condicionamiento de éticas gratuitas, que coartan la búsqueda personal, y reclama y proclama la libertad individual por encima de las convenciones.
    El poeta se muestra sereno, ponderado y flexible, pero enérgico en sus ideas, valiente y dispuesto a afrontarlas hasta sus últimas consecuencias. 
    No me canso de releerlas. Son fuente de sabiduría y consuelo para los ánimos hipersensibles que luchan por madurar. Envidio a Kappus por disponer de un confidente de la altura de un maestro. También yo desearía a menudo reposar mis cuitas en un hombre comprensivo, sereno y sabio: el maestro que siempre añoré. 

RIVAS, Duque de
                                                                                                                                                                                                     
Don Álvaro o la fuerza del sino
Prosigo mi buceo tan poco metódico, aunque consciente e intencionado, por el Romanticismo y aledaños. Me califican de romántico… y supongo que algo de cierto debe haber. A "Don Álvaro" llevaba tiempo ya buscándolo, y me llegó también recientemente por la vía de la oferta. Lo he saboreado. Don Álvaro es víctima brava de un sino contra el que lucha en vano: pero ese "sino" son las convenciones sociales, que inauguran el drama de su amor imposible, y que le persiguen allá donde vaya (a la guerra, al monasterio), siempre cortándole las alas. La apoteosis del suicidio final es fabulosa: todo un acto de reafirmación desesperada de quien se despeña en la muerte porque no le deja en paz la vida.
    El libro se completa con otra obra cuyo título me resultaba muy sugerente: El desengaño en un sueño. No he encontrado en ella lo que esperaba: el sueño es una lección simbólica que un padre da a su hijo para que comprenda las virtudes de la vida retirada y renuncie al "mundo" (amor, riquezas, gloria…). Aunque no asumo la carga moralista, me complace el elogio de la vida retirada. Tristemente, los sueños de los que debo yo desengañarme son muy otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario