Retahíla quinta

ESFUERZO.
¿Sufres? Trabaja duro. No hay mejor remedio para la melancolía que hacer algo hacia fuera, hacia el futuro, hacia los otros; algo que no nos remita solo a nosotros mismos. El esfuerzo es una forma de amor, pues nos saca de nuestro narcisismo y nos proyecta en el mundo.

ACEPTACIÓN. Aceptar lo inevitable es un bien, que lo arduo convierte en virtud. En la aceptación confluyen la lucidez y la voluntad, y quizá también un amor incondicional a la vida que, como todo amor, es un don en sí mismo. La rabia puede ser justa, pero eso no impide que su ímpetu nos traicione a menudo; la fuerza de la aceptación, en cambio, reposa, paciente y sin mella, en los pozos del ánimo, siempre disponible para saciar la sed.

OCUPARSE. Es mejor tener en qué pensar, porque la mente, cuando no se le da de comer, se devora a sí misma. ¡Pobre del que no tiene problemas reales! Acabará abrumado por los que teje la fantasía. Las inquietudes más extravagantes se cuecen en la penumbra de la cotidianidad; ¡cómo nos engaña su apariencia vulgar! Ocuparse en algo es la mejor precaución para la melancolía.

SUERTE DEL PRINCIPIANTE. Hablan de la suerte del principiante. ¿No será una ilusión producida por las propias características del novato? El principiante sabe menos, luego dispone de menos criterios para la frustración; tiene una noción más ambigua de lo que espera, así que sus expectativas son menores; recibe menos presión de un entorno que aún le disculpa con facilidad y todavía no lo ve como un rival. Quizá la suerte resida en ser principiante.

CONOCIMIENTO Y VERDAD. No conocemos el mundo; organizamos nuestras percepciones acerca de él en conjuntos con sentido. Creamos el mundo en nuestra perspectiva, que es mirada y pensamiento. Pero no se trata de renunciar a percibir la verdad, como hacían los escépticos: existe, al menos, la verdad que vemos. Quizá no sea poco, quizá baste para llenar una vida humana. Quizá la tarea humana consista en mantenernos prudentes en nuestro acceso a ella, considerando el conocimiento como una aproximación provisional y siempre inacabada.

MIRAR MÁS ALLÁ. ¿Qué es lo que nos da fuerzas cada día? Por bien que vayan las cosas, siempre pueden hastiarnos, siempre notamos su resistencia. Por mal que vayan, siempre podemos aferrarnos a algo. Nuestra mirada, lo decía Epicteto, impone la pauta.
Tenemos que buscar en cada instante el refugio y el aliciente. Olvidarse de uno mismo y mirar más allá ayuda.

SEGURIDAD. Mira con atención aquello de lo que estés muy seguro: te dará una pista de tus próximos errores.

FANTASÍAS NUMINOSAS. Nos gusta revestir el azar con sentidos misteriosos. Es solo un modo de impregnar la vida de poesía, pero hay que reconocer que así se nos hace más interesante. Somos seres narrativos, y el orden nos tranquiliza, aunque no sea más que una ilusión. Lo importante es que no nos convirtamos en fundamentalistas de nuestras fantasías.

CERTEZA. La certeza es solo nuestra mejor hipótesis. Mientras la realidad no le lleve la contraria. Así que no nos apeguemos demasiado a ella: como decía Popper, basta con que algo la contradiga para que, por buena hipótesis que pueda seguir siendo, ya no sirva en tanto que certeza.

RAZÓN FÁCIL. Me gusta tener razón, pero prefiero una discrepancia honesta y honrosa a que se me siga la corriente. Una razón demasiado fácil, o es trivial o es mentirosa.

CHISTES. Los chistes son un modo de descifrar la vivencia colectiva. Tienen la sabiduría del bufón. Igual que el rumor o la habladuría, esparcen las ideas y las consolidan en el conjunto social.

LA TAREA DEL EGO. El ego tiene una tarea; fuera de ella, carece de valor. Incorporemos el ego como quien se pone una corbata, y dejemos que haga su trabajo. Después de trabajar, pongámonos cómodos.

AMOR Y LIBERTAD. Amar es liberarse. Ama y haz lo que quieras. Vive y deja vivir. Odiar da demasiado trabajo, porque es un apego, una trampa, una obsesión. El que odia está condenado a depender del odiado. El que ama puede dejar marchar. El odio niega la vida a todos; el amor la regala.

PRIMERA PERSONA. ¿Se puede escribir en una primera persona impersonal? ¿Se puede hablar de uno mismo no como fin, sino como principio, como puerta de entrada a asuntos más interesantes? ¿Podemos hablar de algo que no seamos nosotros mismos, llegar un poco más allá del perímetro de nuestra sombra? Eso quisiera yo. Pero he de ser honesto: soy yo el que lo quiere. Así que, por lejos que llegue, siempre acabo regresando a mí.

BRUJAS. Me he cruzado con una mujer que iba sola. No era fea, pero en sus ojos había algo terrible. No sé si una profunda tristeza o una amenaza. Las brujas existen, pero son las que más sufren.

EN EL BOSQUE.
 En un bosque recoleto, de los que inspiran misterios y nostalgias, pienso que todo está bien, que la vida es un breve arremolinarse del tiempo, que la sabiduría es ante todo dejar marchar, y amar lo que se sepa y prodigar compasión y paciencia.

NECESIDAD DE LOS DEMÁS. Necesitamos a los demás para descansar de nosotros mismos, de la inundación a la que tiende nuestro Yo. Al ofrecernos no solo ganamos sentido –el sentido de ser reconocidos por “lo otro”-, sino que también ganamos libertad: libertad de ese tirano que es nuestro ego. Y si además amamos, ese volcarnos fuera se convierte en redención, se llena de placer y ensancha los reducidos límites de nuestra identidad.

¿QUIÉN TIENE RAZÓN? Pocas veces vamos a una discusión abiertos a la posible verdad del otro. Haga yo lo que haga, no podré evitar acabar en la convicción de que yo tengo la razón. Y haga yo lo que haga, no podré evitar que el otro siempre acabe creyendo que él tiene la razón.

CONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO. Las evidencias son el punto de partida del saber, pero no bastan: hay que mirar un poco más allá. Porque debajo de cada manifestación explícita hay una maraña de causas, entrelazadas y ocultas. Ockham nos enseña a preferir la verdad de la sencillez, y es un buen criterio para urdir conceptos manejables. Pero solo resulta válido mientras se atenga a su limitación,  mientras no olvide que la realidad es siempre mucho más compleja que cualquier idea que nos podamos hacer de ella.
Así que el conocimiento es una tarea arqueológica, que parte de lo evidente para a continuación retirar capa tras capa, profundizando en busca de lo escondido. Cada pregunta conduce a la siguiente como cada vestigio remite a otro más profundo.

DON DE LA OPORTUNIDAD. Mucho mejor que hacer grandes gestas o esfuerzos, es ser oportuno: estar en el lugar apropiado en el momento preciso, decir la palabra adecuada, tener el gesto acertado. Los instantes, como las personas, no piden todos lo mismo. ¿De qué sirve una sabiduría que no incluye el don de la oportunidad?

AMOR Y LEY. "Donde reina el amor, sobran las leyes", consideró Platón. Ley del amor, ley desde el amor... Dichoso el que ama (y se ama), porque ya tiene toda la ley que necesita.

SIN FUTURO. Hay en la vida episodios intensos que concluyen en sí mismos, que no reclaman futuro, a los que el futuro, en realidad, les estorba, pues surgieron con la voluntad de ser tan solo una excepción. ¿Qué ganaremos con aferrarnos a ellos?

RAZONES PROFUNDAS. Crees que no te comprenden, ¿no serás tú el que no los comprende a ellos? En lugar de juzgarlos por lo aparente, esfuérzate por entrever sus razones profundas. En ese nivel, todo el mundo es descifrable. Te evitarás más de un disgusto, y los tratarás con más justicia.

NO VIENEN. ¿Por qué van a venir a buscarte, si tú no los buscas? Quizá solo respetan tu reticencia. Y si no es así, respeta tú, al menos, la suya.

FINALES. ¿Por qué te sobresalta lo que se acaba? Cada instante de duración es excepcional; el final ya está allí delante, esperando. El universo se expande hacia el frío. Lo raro es vivir.

ABSTENERSE. Por lo que respecta a la entereza menos es más. La fuerza no está en aquello que se consigue, sino en aquello a lo que se renuncia. El que es capaz de abstenerse de todo ya lo tiene todo.

AFABILIDAD. Un instante de armonía entre las personas es un tesoro, aunque se pierda tan pronto. Porque, no te engañes: se perderá. Otra cosa es procurar postergar esa pérdida todo lo posible, lo cual requiere buena voluntad y arte.

INTELIGENCIA Y ESTUPIDEZ. La hibris, el orgullo desmedido de nuestra inteligencia, nos ha hecho creer que esta es nuestra mejor virtud, la más propiamente humana. Sin embargo, está claro que muchas veces nos comportamos de maneras estúpidas, es decir, contrarias a nosotros mismos. Tal vez la inteligencia esté para medir la dimensión de nuestra estupidez, y hacerlo no es poco, porque cuando la estupidez cobra conciencia de sí misma apunta la sabiduría. Los sabios pueden parecernos estúpidos porque se atreven a inventar.

PASTILLAS. La pastilla es la metáfora por excelencia del hombre contemporáneo. Rápida, directa, eficaz, fácil. Felicidad o alivio al instante, sin depender de nadie: el onanismo posmoderno halla en la pastilla su metáfora por excelencia. Saint-Exupéry demuestra que supo verlo, al retratarla en El Principito.

SUFRIMIENTO. No quiero una absoluta imperturbabilidad, al estilo estoico. Está bien que me afecte lo que deba afectarme. Quiero ser humano sin reticencias, y sufrir por ello lo que me corresponda. 
A lo que aspiro es a no sufrir por sufrir; también el sufrimiento debe ceñirse a una medida razonable. A mirar con perspectiva, aunque no entienda. A mantener un espacio de serenidad en medio del trasiego. A ser el tronco que flota.


ARTE.
El arte es una buena metáfora de la vida porque nos recuerda que ésta tiene una faceta de don y otra de tarea: ambas se complementan, y la una sin la otra, a la larga, no avanzará.

VIDA Y PENSAMIENTO. ¿Vale la pena vivir? A la vida eso no le importa: está demasiado ocupada sucediendo. El hecho de preguntarlo ya es un síntoma de que falta vida y sobra pensamiento. Esto me recuerda aquello que repite Comte-Sponville: que filosofamos porque no somos felices.

AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS. La hermosa afirmación de Agustín sería rigurosamente cierta si no fuera porque hasta en el amor nos engañamos. Solo así se explica que en nombre del amor (sincero) se hayan hecho tantas tropelías. Así que hasta en el amor debemos permanecer cautos y prudentes.

RESPONSABILIDAD. No hay libertad sin responsabilidad. Porque, justamente, ser libre significa hacerse responsable de las propias decisiones, en lugar de delegarlas a otro. Responsable de decidir y responsable de las consecuencias. Lo que se llama soberanía o poder no es más que la capacidad de la libertad, es decir, la realización de la responsabilidad.
Hacerse, pues, responsable: siempre hay varias posibilidades, de acción y de reacción. Las emociones no se eligen: lo que hacemos con ellas, sí. El mundo sucede, yo actúo. Reconocer que yo elijo me empodera, y me rescata del papel pasivo de la víctima.

A PESAR DE LA MISERIA. Hay mucha miseria, sí. Y dan ganas de capitular. Pero tras ella, siempre asoman la pasión y la vida, el esfuerzo y la batalla, la gesta ética que se convierte en épica, o a la inversa. Nunca le faltan razones a la tristeza: basta atravesar una calle de madrugada. Pero nuestra vocación es la alegría, y para restaurarla basta un beso o un viernes por la tarde.

DESCANSAR DE UNO MISMO. Una soledad rigurosa podría desembocar en solipsismo. No se me ocurre un mundo más pobre que aquel en el que todo se pareciera a mí. Encontrarme a mí mismo allá donde mirara resultaría torturante, y quizá una buena razón para desear mi desaparición. Al menos en la nada hay un sosiego.
Tenemos suerte al contar con los demás para que le pongan coto a nuestro narcisismo. Así como la soledad nos permite descansar de la necedad de los otros, la compañía y el trabajo nos alivian de la nuestra. Reconozcamos que a veces, y bien merecidamente, nos resultamos inaguantables. No me privéis del creativo suplicio de la convivencia.

FORTALEZA. No sé si somos fuertes. Creo más bien que son las circunstancias las que nos obligan a serlo. Pobre del que no tiene problema, pero más pobre el que no es dueño de los que se le presentan. Nada aporta más fuerza que saber que no hay repliegue posible, encontrarse con algo que nadie encarará si no lo hace uno. Eso funciona, claro, hasta que llegamos al límite; pero, ¿quién se ensancha hasta el límite mientras no se ve obligado a hacerlo? Dicen que en las guerras no hay depresiones: no queda claro si es porque, privados de refugio, no nos queda más remedio que tirar adelante, o si es que los depresivos sucumben los primeros.

JUZGAR. Juzgar a los demás es delicado, por lo mucho que ignoramos de sus circunstancias y sus motivaciones. Que, además, se entrelazan con las nuestras. ¿Hasta donde podemos atenernos a hechos y a criterios objetivos? ¿A partir de dónde corremos el peligro de incurrir en prejuicios? Cualquier evaluación de los otros es una temeridad.


INCERTIDUMBRE.
¿En qué nos ayuda la filosofía? Nos ayuda a manejar la incertidumbre. Mientras la vida se mantiene dentro de lo habitual, los principios habituales (proporcionados por la cultura, por la educación, por las propias convicciones…) funcionan más o menos bien. El problema surge cuando se nos impone una situación excepcional, por grado o por naturaleza. Se trata de un territorio desconocido, en el que lo que sabemos no es suficiente, y hemos de afrontar lo que no sabemos. Disponer de elementos para pensar se convierte entonces en imprescindible.

HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO. La interacción (y ese escenario de las interacciones que es lo colectivo) implica ceder y negociar. Pero tiene que haber líneas rojas. Por ejemplo, la dignidad.

RIESGOS DE LA ABSTRACCIÓN. ¿Es posible que la abstracción de la filosofía nos evada de la miseria de lo inmediato? Entonces filosofamos para no pensar.

IRREVERSIBILIDAD. La muerte como cierre de todas las posibilidades: eso es quizá lo más angustioso: se trata de un estado acabado e irreversible, ya no se puede matizar, ni corregir, ni reestructurar. En la muerte no cabe ninguna tarea, ninguna expectativa, ninguna esperanza. La muerte congela el paisaje y nos exilia del tiempo, zambulléndonos en la insignificancia de la eternidad, sin posible apelación, sin asomo de rescate. Esa quietud excluyente, esa rigurosa inmovilidad, esa infinitud de la ausencia, es lo que nos horroriza.

EQUILIBRIO. Si la vida es un arte, el equilibrio sería a la vez su precepto y su obra maestra. Ya decían los griegos: “Nada en exceso”, recordándonos que la vida es multidimensional y que todas sus dimensiones, de un modo u otro, se complementan y requieren nuestra atención.

JUBILACIÓN. No seas ingenuo: la jubilación no es un premio, es un despido pagado para no entorpecer a la sangre nueva.

ENTREGARSE PARA ENCONTRARSE. Solo hay una felicidad y es amar. Porque para ser felices tenemos que salir de nosotros mismos, nadie puede encontrar una felicidad profunda y significativa en el solipsismo. Entregarse es el único modo de encontrarse.

MAÑANAS. ¿Dónde encontrar refugio en las crudas mañanas? Quizá mirando fijamente a la amenaza, para quitarle el velo legendario. O mirando a otro lado, lejos, a otras leyendas y otros sueños.

SENTIDO. La vida en sí no tiene sentido. Es solo ruido y furia, caos y absurdo. Somos nosotros los que necesitamos dárselo, para hacer soportable su dolor y el miedo a la muerte. Y lo hacemos contándonos historias sobre ella. Todo el contenido de la existencia tiene que ver con el amor que nos salva de la soledad y la imaginación que nos salva del absurdo. Sin ellos, tal vez, nos volveríamos locos o nos suicidaríamos en masa. Los relatos nos salvan.

TOLERANCIA. Si la gente te resulta insoportable, peor para ti. Ellos no cambiarán, ni tienen por qué hacerlo. La opinión que te merezcan no es su problema, sino el tuyo. La tolerancia mejora la salud.

IMAGINACIÓN. Lo posible pugna por existir, y lo imposible tiene vocación de posible. Así es como la imaginación va entrelazándose con la realidad y guiándola hacia lo nuevo.

FARSA Y CREATIVIDAD.
Concibámonos a nosotros mismos como quisiéramos ser, actuemos como si ya lo fuéramos y tal vez un día nos sorprenda lo que hemos llegado a parecernos a nuestros sueños. Atrevámonos a inventarnos. La vida es una farsa, pero a menudo nos deja elegir los papeles.

NECESIDAD DE LO DIFÍCIL. Hay gente que se desmorona por exceso, y otra que se consume por defecto. Hay quien se abruma por la sobrecarga y quien languidece en el vacío. He conocido personas que se apagaban ante la simpleza y renacían en la complejidad. Les hacía falta desesperadamente lo difícil.

RECUERDOS. Guarda algo de gratitud a tus tristezas, porque quizá un día las recuerdes como alegrías.

RESPETO Y HONRA. A priori, todos merecen nuestro respeto, y otorgárselo es un deber que nos ennoblece. Pero hay un respeto que se basa en la admiración y en la gratitud, y observarlo es cuestión de dignidad propia. Al honrar a los viejos, a los sabios, a los buenos, nos estamos honrando a nosotros mismos, que sabemos distinguir lo valioso y reservarle la actitud apropiada.

BELLEZA. La belleza, más que una cualidad, es ante todo un precio. Expresa hasta qué punto las cosas y las personas están a nuestro alcance. Lo bello incluye la carestía del deseo: la belleza exige belleza. Ella nos detalla lo que el mundo podría concedernos y, sobre todo, qué es lo que nuestra falta de belleza jamás podrá pretender.

ENVEJECER. Envejecer es ir cediendo las fuerzas a nuestras debilidades.

TORPEZAS. Las torpezas, tan justas, ponen a raya el maldito ego y nos devuelven a la autenticidad, cuya sustancia está más hecha de limitaciones que de virtudes. Empeñarse en lo contrario y atormentarse por ello es regodearse en la estupidez. El buen explorador no es el que jamás se desorienta, sino el que sabe rescatarse de sus extravíos y, entretanto, disfruta del camino.

EL QUE MÁS AMA. El deseo frustrado duele, pero también puede iluminarnos. Por ejemplo, en el amor. El que más ama se nos aparece como un perdedor, un patético indigente que sueña con su limosna a la salida del templo. Sin embargo, este perdedor tiene una gloria, y es su propio amor despechado, el dolor feliz de amar, que lo convierte, ya que no del amado, en elegido de la vida.

SENTIRSE VIVO. El corazón elige siempre sentirse vivo; por eso, cuando la alegría no es posible, prefiere el dolor al tedio.

BAILAR. Cuando uno ríe y baila es más difícil creerse desgraciado, y más llevadero perdonar lo que haga falta.

MALAS HIERBAS. ¿Quién plantó esta semilla de desasosiego en nuestra inocencia? La vida misma, para hacernos crecer. Ahora que ya no somos inocentes, podemos arrancar las malas hierbas.

NIÑOS TRISTES.
Arrastramos los despojos de la infancia como una losa, acaso como una penitencia. Y esa infancia que llevamos incrustada en el recuerdo es tan solo un fantasma: no solo no existe, pues ya no está aquel niño, sino que ni siquiera fue como creemos. La conservamos bajo el tamiz de nuestra mirada actual, que ya no es la de un niño. Quizás apenas fuésemos niños verdaderos, cargados de agravios y lesiones como estábamos. Pero todo eso ya se lo ha llevado el vendaval del pasado. Bendigamos a aquellos niños tristes que jamás volverán.

MALDITA INDIFERENCIA. No es el dolor lo que hay que temer, sino la indiferencia. Al sufrimiento estamos hechos, forma parte de la vida, nunca faltó a la cita y sabemos que siempre volverá. Hasta la resignación puede ser una modalidad de lucha. Pero cuando ya nos da lo mismo, cuando entregamos los últimos bastiones de nuestra dignidad o nuestro empeño, cuando renunciamos a soñar y a buscar, cuando lo damos todo por perdido sin una lágrima, entonces sí que estamos acabados. Algo esencial se ha roto en nuestra voluntad, en ese conatus donde Spinoza ubicaba el meollo de la vida. De todas las pérdidas, la más dañina es aquella que se lleva nuestra pasión.

VIVIR Y PERDER. "Vivir es perder", pocas verdades son más rotundas. Pero perder es vivir, y eso no es menos cierto. Nada más nuestro que lo que perdemos. Quizás el secreto de la alegría sea perder sin objeciones. Hacerlo de buen grado ya debe ser santidad. Como Hakuin: "El ladrón se dejó la luna en la ventana".

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