martes, 14 de marzo de 2017

Afecto

Nuestra naturaleza social nos hace dependientes.
En ello reside nuestra grandeza, puesto que es el germen de la empatía, de la reciprocidad y del pacto. En definitiva de la ética, ya que el proyecto humano nunca es solitario. Grandeza, pues, y también vulnerabilidad: grandeza de ser vulnerables.

Todos necesitamos que nos quieran. Todos buscamos, de un modo u otro, resultar visibles y significativos. Hay que ocupar un lugar en la tribu. Hay que ser visto y reconocido. Para ello, irremisiblemente, precisamos de los otros. Y aquí es donde la vida humana se hace complicada y apasionante.

¿Cómo afrontamos esa condición? La respuesta a esa pregunta define en buena parte nuestra personalidad, y escribe el guion de nuestra vida. Ningún extremo es conveniente: ni el despotismo, que nos ganará enemigos, ni la sumisión, que nos someterá a déspotas; ni la falsedad, que despertará suspicacia, ni la franqueza en bruto, que nos expondría o nos haría chocar.

Necesitamos que nos quieran, pero jamás nos querrá todo el mundo. Hay un amor conquistado ―el de la afabilidad y la cortesía― y un amor que es un don. Lograr este último apenas depende de nuestro mérito; que se nos retire, no siempre es nuestra culpa.

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