sábado, 9 de noviembre de 2024

Comodidad y aventura

La complejidad incomoda. Todos procuramos delinear unos esquemas que nos permitan simplificar
nuestro entorno, nuestra actividad, incluso nuestras ideas, para hacer frente a una vida que aun así sigue siendo complicada. Los apóstoles del progreso han apodado a ese perímetro de seguridad como zona de confort

El término tiene su acierto: lo previsible nos hace la vida confortable. Resulta fastidioso que surjan inesperadamente cosas o personas que se salen de esos esquemas y nos obligan a afrontar dimensiones insidiosas. Molesto e inquietante: en el vislumbre de la complejidad exterior se nos plantea la sospecha de nuestras propias contradicciones reprimidas. Por eso, nuestra primera reacción suele ser de rechazo o negación. 

Dicen que la pregunta adecuada contiene en sí su propia respuesta. Podríamos precisar que la pregunta que da en el clavo es aquella que nos cuestiona lo que parecía resuelto, añadiéndole una hondura de complejidades y expulsándonos de repente de la zona de confort. Fuera de esa muralla nos sentimos solos y desamparados, sin saber muy bien adónde agarrarnos. Nuestros esquemas de seguridad nos protegen a la vez que nos constriñen. Yo reivindico la zona de confort frente al productivismo, aunque admito que es como la cama: mullida y calentita, pero no para quedarse en ella.  

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