Los demás son siempre imprescindibles y, a veces, inaguantables.
Supongo que una cosa va con la otra. Nos necesitan y los necesitamos: eso ya es
un inconveniente. Implica que el encuentro es intercambio, y el intercambio es
negociación.
En definitiva, que hay que ceder. Hay que soportar el hecho de que
seamos criaturas de la carencia, y que, por consiguiente, estemos cargados de
manías, temores, caprichos, obsesiones, mentiras, manipulaciones,
requerimientos, rabias, contradicciones, trampas, reproches… En fin, todo lo
humano.
No podemos amar todo eso, ni amarlo siempre,
pero es mejor amar que soportar. Ante la vulnerabilidad humana, lo mejor es la
compasión y la ternura. Al menos como (buenas) intenciones, y aunque a veces se
nos acaben. Mucha paciencia. Ayuda muchísimo la empatía: ponerse en el lugar de
los demás, hacernos una idea de su sufrimiento, y de hasta qué punto el suyo se
parece al nuestro. Eso nos hace vislumbrar cuánto aguante, sin duda, hará falta
también con nosotros. Porque si hay algo insoportable es un cascarrabias lúcido.
Lo mejor para desenvolverse
con los demás es quererlos y no tomarlos demasiado en serio. Igual que con
nosotros mismos. El humor ayuda, siempre que no implique arrogancia ni
desprecio. Cada loco con su tema.
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