sábado, 5 de agosto de 2017

Tolerancia

La tolerancia es quizá la virtud más acabada:
conlleva generosidad, valentía y también humildad; es una difícil disciplina de la imperfección. 

   La tolerancia no solo implica permanecer abierto a la diferencia ajena, sino, sobre todo, estar dispuesto a cuestionar lo propio, a admitir lo que pueda tener de arbitrario y relativo. Para ello hace falta un respeto exquisito por el prójimo, haber superado el egocentrismo narcisista y entenderse como un igual entre iguales. Por eso, la tolerancia se parece al amor, ya que es capaz de ver al otro y reconocerlo como valioso, tan valioso como uno mismo.

La tolerancia es difícil porque hace el mundo más complejo. Extiende el territorio de lo extraño, que siempre nos atemoriza, y admite su dignidad. En nuestras fantasías tal vez preferiríamos anular todo lo ajeno. Así nada nuestro estaría en peligro: las tradiciones, el idioma, la nación, las costumbres... En nuestras fantasías se oculta una secreta aspiración a mantenernos puros frente a lo anómalo, lo cual conlleva necesariamente imponerle lo nuestro para que deje de ser extraño, para que podamos absorberle y anular su amenaza. El intolerante, en el fondo, es un cobarde que tiembla ante todo lo diferente; no ha asumido la existencia de otros, insiste como Narciso en reducir el mundo a él.

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