Cada nueva persona es una nueva oportunidad de intercambio,
de rol, de comportamiento y de ensueño. Cada entorno nos da pie a ser nuevos y
distintos, o a actuar como si lo fuéramos. ¿Por qué, entonces, tendemos a parecernos
siempre tanto a nosotros mismos? ¿Por qué, a pesar nuestro, cuesta tanto
cambiar?
Sin duda, hay en
nosotros una insistencia en recrearnos, y una resistencia a alejarnos demasiado
de lo que hemos decidido que somos. Eso sugiere estabilidad, condición para no
sentirnos locos, y previsibilidad, requisito para que no nos tomen por ello los
otros. Identidad es justamente eso: obstinarse en parecerse a uno mismo. La
consistencia de nuestro yo se apoya en la linealidad narrativa: sentirnos
consecuencia de un pasado, perspectivas de una meta y parte de un proyecto.
Bien está: no podemos vivir
sin saber quiénes somos. Sin embargo, vale la pena no serlo demasiado, o
descansar de serlo. ¡Qué saludable nos resultaría poder tomarnos vacaciones de
nosotros mismos, de vez en cuando! Quizá salgamos de viaje con esa secreta esperanza.
Quizá por eso necesitemos a veces una nueva persona, un nuevo entorno, una
nueva ocupación. Repetir lo habitual es seguridad, pero no solo de seguridad vive
el hombre: también quiere sentirse libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario