«Si vives
engañado, desengañarte es una liberación», decía el monje ermitaño Basili
Girbau. Y vivimos engañados por unas ilusiones, unos temores y unas rabias aún
infantiles. La vida es tan simple como un cielo azul. Pero nosotros no queremos
una vida simple: preferimos llenarla con empeños y creer que son importantes.
Por eso el cielo azul no nos basta.
Es hermoso que
bordemos nuestra vida con sueños y aspiraciones, siempre que los consideremos
meros juegos, oportunidades para medirnos y entretenernos. Imposible disfrutar
de un juego que nos tomamos demasiado a pecho: los niños lo aprenden pronto.
Los deseos son
adornos que le ponemos a la existencia, mientras no nos esclavizan. Un deseo
angustiado es un abismo por el que se nos va la fuerza y la alegría, y
demuestra que no hemos comprendido qué es realmente importante, que aún no nos
hemos desengañado lo suficiente. Un deseo obcecado nos ata a la esperanza, que,
como nos enseñó Spinoza, es el reverso del temor. Nos impulsa a vivir volcados
fuera de nosotros mismos, en la fantasía ansiosa del futuro.
Según Girbau, tras el
desengaño «se descubrirá lo negativo del engaño y quedará lo que no es engaño».
¿Y qué no es engaño? El cielo azul.

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