lunes, 30 de octubre de 2017

La fuerza del victimismo

Es inaudita la capacidad que tiene el victimismo para poner los sucesos de su parte.
El victimismo no se equivoca, es presionado; no delira, reinventa lo posible; no se rinde, es sometido. El victimismo es la heroicidad a destiempo, la santidad coartada.

En sus filas no cabe la estupidez, ni la perversidad, ni la debilidad, ni la injusticia. Todo eso les corresponde a los otros, a los enemigos. El genio no tiene la culpa de la conjura de los necios que se fragua contra él. La dignidad es siempre hermosa e inocente, por más que la cerquen la estulticia y la perfidia. ¿Cómo acusar al santo de ser vencido por un mundo de demonios? ¿Cómo reprochar al sabio la delicadeza de su jardín, sepultado bajo el alud brutal de la ignorancia? Los buenos sucumben frente a los feos y los malos.

Siempre se puede echar mano del victimismo cuando no tenemos ni la razón, ni la inteligencia, ni la moral, ni la fuerza. El victimismo se apropia del relato y cambia de personaje según le vengan dadas: cuando asalta, es Robin Hood; cuando arrasa, es Espartaco; cuando fracasa, es Segismundo. No impone: libera. No destroza: ajusticia; no huye: se repliega. Cuando gana, demuestra su virtud; cuando pierde, se la mancillaron. Como en el chascarrillo del jefe: siempre tiene la razón; y si alguna vez no la tuviera, aplíquese lo dicho.

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