Hubo quien
dijo que le gustaban sus errores porque le hacían sentir libre. Tenía mucha
razón: pobre del que tiene que acertar a toda costa. ¿Cuándo descansará de sí
mismo? ¿Cuándo se permitirá el juego de ser otra cosa?
La poesía solo se cuela
por las grietas del defecto, que glosa en nosotros lo inacabado y lo creativo,
que nos recuerda lo irrisorias que son nuestras obstinaciones. El error levanta
las faldas del decorado y nos hace comprender que esta vida que nos tomamos tan
a pecho es un mero sainete, a veces trágico, otras cómico.
Reconozco
que yo no soy tan sabio como para celebrar mis errores, que me tomo a pecho mis
aspiraciones y mis deberes, y que me duele no dar la talla. Sí, sufro mucho,
sufro innecesariamente por cosas como lo que piensen los demás de mí, o tener
que rendirme a sus reproches y sus burlas. No obstante, los años se han ido llevando
buena parte de mi rigidez, y soy más capaz de reír que en mi turbulenta
adolescencia, cuando parecía que caminara por una cuerda floja y siempre estuviera
a punto de suceder algo terrible. Ahora, de vez en cuando, puedo bailar sobre
la cuerda y mirar para abajo y reírme del vértigo, y pensar que la caída no es
algo tan terrible, que de todos modos hay que caer, para eso están la gravedad
y mi torpeza.
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