viernes, 1 de febrero de 2019

Muchacha en sueños

De vez en cuando, se me cuela por los sueños una mujer hermosa
, una mujer dulce que me reconforta solo con estar a mi lado. 
    
    Todo en ella es luz y alegría, como en una balada de trovador. Suele limitarse a estar ahí, poniéndole un flanco de calidez a mis escenarios agitados, en los que siempre estoy buscando algo y me siento perdido. Parece decirme: «no te preocupes, no te inquietes, deja de correr, no hay nada de que huir, no hay ningún sitio adonde llegar». Lo dice sin palabras, solo con la mirada, y así era esta noche: ella me miraba, sonriendo, y su mirada era promesa y cobijo.

Dicen que los sueños, a menudo, compensan las carencias de la realidad; también dicen que señalan deseos, que glosan ilusiones, que sugieren caminos. Jung estaba convencido de que las mujeres de los sueños masculinos son evocaciones del ánima, la parte femenina del hombre. Todo podría ser verdad: los sueños son tan locos, tan desconcertantes, tan poéticos en su caos, que podemos encontrar en ellos cualquier significado, como en las tabas o en los posos del café. Los sueños son espejos de feria donde nada se ve claro y puede verse todo. 

Mi dulce muchacha se ha desvanecido en seguida, pero, como las amantes de puertos lejanos, su recuerdo alimenta mi alegría y mi nostalgia.

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