martes, 12 de febrero de 2019

Cambiar... lo que se pueda

Nos
justificamos con mil artimañas para no afrontar lo que tememos o nos da pereza. Somos cómodos, adictos a nosotros mismos, porque nos horroriza la libertad, la incertidumbre de reinventarnos.

Sin embargo, a veces tenemos buenas razones para no cambiar: cuando el precio parece demasiado alto, cuando sencillamente tampoco hace falta, o en el fondo no queremos, o tal vez realmente no podemos... No comparto ese empeño en que cambiemos a toda costa, ni los reproches de cobardía por no hacerlo.

Yo me he pasado la vida intentando mejorar, con esa convicción simplona de poder ser lo que me propusiera. He leído, he pensado, he escrito, he probado distintas prácticas, he acudido a terapeutas de todos los pelajes... Y alguna cosa he mejorado, pero otras, sencillamente, he tenido que aceptarlas. Aceptar también es noble, y forma parte del progreso. Cuando cambiar es la obsesión (vana), eso es lo que hay que cambiar.

A veces un vuelco es urgente, porque nos jugamos la vida, o la salud, o el amor. Otras veces, cambiar es una posibilidad atrayente, que acariciamos en los momentos de nostalgia, pero de la que al final desistimos. Sea cual sea nuestra decisión, labremos para ella lucidez y el valor de ser consecuentes.

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