Tal vez Rousseau acertara en que no hay malos; pero sin duda
hay malvados. Gente venenosa y canalla, entregada a hacer daño. Ciegamente,
embistiendo como un buey rabioso. Hundiéndose en su propio barro que lo engulliría
todo, y al que arrastran a quien pueden.
Porque de voracidad se trata, al fin y al
cabo. Los malvados son seres que lo devorarían todo aunque nada los alimente. Incapaces de labrar un destino propio, lo parasitan a los otros, y de
ahí extraen su fuerza, que a veces es enorme y que solo dedican a seguir
destrozando.
Sus razones no son motivos,
sino meras coartadas para la devastación. Pero, entonces, ¿hay algo que les dé
verdadero placer? ¿Cuál es, en el fondo, su ganancia, si, como el cáncer, van
labrando la ruina de quien les sostiene y sucumbirán con él? ¿Huyen acaso de angustias
inimaginables? ¿Les alivia realmente hincar su daga en las heridas, aun
haciéndoselo a quien lo merece? ¿O solo dañan para desentenderse de su propio malestar?
¿Serán crueles por un gusto morboso, o porque solo han conocido la crueldad?
¿Estarán simplemente locos? Puedo imaginar su modo de disfrazar el remordimiento,
pero, ¿cómo eludirán su condición de miserables? Probablemente ni siquiera la
admitan.
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