¿A partir de qué punto lo trágico se convierte en patético?
¿O siempre lo es? Al fin y al cabo, el cosmos entero es trágico, si lo miramos
desde la perspectiva del hombre, o nada en él lo es, si lo miramos desde la
suya. Sin embargo, la sensibilidad se conmueve especialmente (si el corazón no
es de piedra) ante males tan vastos que nos derrotan: las tragedias existen, y
nos dan la medida de nuestra profunda vulnerabilidad.
Pero lo patético es otra cosa. Aunque el
significado principal de la palabra siga siendo el etimológico (que causa intenso
dolor o tristeza, del griego pathos),
se ha extendido su uso con matiz desdeñoso, expresando una manifestación de pena
desproporcionada hasta lo grotesco. Lo patético implica un abuso del lamento,
una manera demasiado teatral y afectada de encarar el sufrimiento. Es patético
el que se pasa de desgraciado, el que se recrea en los males y por eso no
convence.
Habrá quien considere
crueles tales juicios: cada cual se sabe lo suyo, ¿quién tiene derecho a juzgar
algo tan íntimo como el dolor? Pongamos que solo uno mismo. Pero entonces debe
ser uno mismo el que se reconozca patético tantas veces, y aprenda a moderar su
tendencia a compadecerse. Nada más patético que regodearse en el propio mal.
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