viernes, 31 de enero de 2020

Ser como hacer

Tendemos a creer que uno actúa como es, que los actos dan testimonio de la esencia.
Uno demuestra que es solidario cuando se solidariza, o que es cruel cuando trata con crueldad. ¿Hasta qué punto no sucede a la inversa?


En nuestra mente ―racional y emocional― hay ciertas reglas del juego consolidadas, que configuran nuestros principios (más o menos conscientes) y nuestros hábitos (más bien automáticos): ambos se caracterizan por la persistencia en el tiempo. Una vez establecidos, tienden a confirmarse y repetirse. Eso nos hace coherentes y previsibles, lo cual nos permite conocernos, como querían los griegos, y ser conocidos, como pide la vida en sociedad. Pero también nos aprisiona en lo que supuestamente somos, y hasta nos sirve de excusa interesada ―«Lo siento, soy así, a quien no le guste…»―.

Si la personalidad antecediera maquinalmente al acto, seríamos meros autómatas de lo que ya hemos sido, y no tendría sentido la moralidad. Sin embargo, el existencialismo plantea un mensaje liberador: la existencia precede a la esencia, somos libres para construirnos en cada acto, nos hacemos haciendo. Aun presionados por los antecedentes, podemos elegir. Los actos reconstruyen los principios y modifican los hábitos. Somos lo que actuamos, y eso instaura la moral y la ética.

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