martes, 21 de enero de 2020

Periódicos

La literatura periodística tiene el aroma tierno de lo perecedero.
Escritura para un día, palabras que en unas horas se reducen a papel. No sé qué se hace ahora con los periódicos pasados, antes en las tiendas te envolvían con ellos el pescado, final que me parece más digno que el del enigmático contenedor de reciclaje.


    El articulista de periódicos sabe que sus palabras serán leídas una vez ―si es que lo son― y luego se las llevará el viento. Aun así, algunos se lo toman muy en serio y sientan cátedra. Nada que objetar, al contrario: la eternidad puede ser cosa de un instante. Da gusto que una efímera columna discuta con la pasión y el espesor de un tratado.

Pero da más gusto, según cómo, encontrar a un articulista que asume su insoportable levedad y que escribe de lo que le viene a la cabeza sin mayor pretensión. Si lo hace con gracia, logra transmitirnos la frescura de las charlas de bar, en las que una efímera chuscada tiene su segundo de gloria. Lo fugaz se complace sacando brillo a lo insustancial. Nada es demasiado serio, y todo lo es. El lector puede así reclinarse sobre el artículo como si estuviera dando un paseo por las ocurrencias del autor, que bien pudieran ser el decorado de su propia vida insulsa y trivial. Honra para esta literatura que sin objeción, como la vida, se entrega al olvido.

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