Piensa mal y acertarás, previene el refranero con
cierta crueldad. A su modo tiene razón: más tarde o más temprano, las gentes
son mezquinas, se equivocan, nos traicionan, se nos enfrentan… Sin embargo, me
atrevo a creer que lo contrario también acertaría.
Cada cual se sabe lo suyo, y
nadie es malo para sí, y la mayoría de la gente, si no toda, busca lo mismo:
que la acepten, que la quieran, que le den abrigo y alimento. El frasco medio
vacío también está medio lleno. La sorpresa nos viene del lado por el que no
caminamos. A la vida le gusta escribirse con muchos peros: nuestro pensamiento
es demasiado plano para su rugosidad. Eso debería hacernos cautos a la hora de juzgar.
¿Pensar bien o mal? De todo
un poco. Baudelaire llamó a sus lectores hipócritas y amigos: seguro que
acertaba en ambos casos. ¿Quién no es hipócrita alguna vez? Borges soñó con
jardines en los que sucedía todo lo posible: en ellos, nuestro mejor amigo podía
ser a la vez nuestro asesino, y ambas cosas son verosímiles. Si el ser es leve,
las cualidades lo son más: la brújula interior no impide que naveguemos según
sopla el viento. ¿Hay algo más cambiante que los afectos? Quizá las opiniones.
La vida es difícil para todos: juzguemos cuanto haga falta, pero siempre con
misericordia.
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