viernes, 21 de febrero de 2020

Costumbres

Las costumbres ordenan nuestra vida.
Eso, que en comunidad resulta imprescindible, ayuda en lo individual, que en buena parte transcurre en sociedad. Pero no solo por eso: la costumbre nos simplifica la vida, al ofrecernos ya tomadas muchas decisiones, y nos estructura el tiempo, al perfilar una agenda precisa de lo cotidiano.


Todos necesitamos ese mapa, aunque unos más que otros. Los inseguros solemos aferrarnos a ellas como boyas en la marejada de lo imprevisible. Los neuróticos, que sufrimos por todo y en especial por lo incierto, encontramos en ellas con alivio discretos puertos seguros de certidumbre. Los obsesivos las cumplimos con la devoción de un ritual purificante. Para los niños, que gozan y sufren con lo desconocido, son como asideros en los que agarrarse mientras aprenden a caminar.

Hay que disfrutar del olor hogareño de las costumbres. Pero en su propia virtud alienta su amenaza, cuando se imponen sin miramiento o se abusa de ellas sin criterio. Como las normas, están para saltárselas cuando haga falta. Y como ellas, jamás pueden quedar por encima de las personas. Nosotros las legitimamos y, si hace falta, las cambiamos. Los niños crecen desafiándolas; los adultos ejercemos la libertad reservándonos, frente a su código, la última palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario