martes, 25 de febrero de 2020

Peligros de no dudar

Nada hay más peligroso que lo que no se pone en duda
; lo que no puede cuestionarse porque supuestamente está por encima de cualquier criterio, porque su legitimidad emana de alguna pretendida trascendencia superior, escrita con mayúsculas, como Dios o la Historia.


Las religiones y los nacionalismos juegan con certezas que superan el criterio humano: por eso se parecen tanto, y por eso son por igual tan agresivas. Las religiones y los nacionalismos aplastan al individuo y le imponen la trascendencia, aunque sea inventada; o, mejor dicho: imponen arbitrariedades muy terrenales (el idioma, la ropa, la frontera) con la coartada de arbitrariedades elevadas al nivel de trascendencia. Tenemos así que una simple idea (discutible e indemostrable) o una simple tradición (contingente y cuestionable, como todas) sirven a sus acólitos para subyugar a todos, en lo colectivo, y a cada uno, en lo individual. Un disparate avalado, en realidad y siempre, por el ejercicio de algún tipo de represión, aunque solo sea la del rechazo o el ostracismo del disidente.

Protágoras decía que el hombre es la medida de todas las cosas, joya del sentido común que tiene que ser nuestra divisa frente a cualquier totalitarismo. Ningún fanático amará a Protágoras: nosotros, sí.

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