viernes, 14 de febrero de 2020

Cuerpo y alegría

Si la alegría, como explica Spinoza, es percibir la propia potencia —la fuerza vital que nos anima y nos capacita—, es probable que aquella se encuentre más cerca del cuerpo
que del pensamiento, que emane más directamente de la experiencia que de la reflexión. 

Somos ante todo un cuerpo, y la vida reside en él, y la mente es solo una de sus funciones, quizá ni siquiera la mejor. 

Desde antiguo el cuerpo ha estado desacreditado, como consecuencia del dualismo cuerpo-alma. Al menos desde Platón y hasta Descartes, la razón se considera una función que nos eleva hacia lo perfecto, en tanto el cuerpo es solo el hermano tonto, pesada materia mecánica y animal, sede de los instintos y las pasiones ciegas. Ahora sabemos que el prestigio de la mente era exagerado (Freud ya nos avisó de sus penumbras y sus limitaciones), y que el menosprecio del cuerpo era injusto (Epicuro ya le agradecía la felicidad de sus placeres). 

Sin embargo, muchos seguimos viéndonos, tomando la imagen de Ken Wilber, como un centauro, una mente que arrastra un cuerpo. ¿No será al revés, que el cuerpo irradia la mente? Alain insistía en que el ánimo es cuestión, ante todo, de salud; cabría añadir: de actividad. Los pensamientos se serenan y el ánimo se ilumina después de una excursión al campo.

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