martes, 11 de febrero de 2020

Lo distinto

La diferencia nos intimida porque vulnera la costumbre
, el equilibrio de hábitos y expectativas que hemos compuesto a lo largo de los años, y que da a la vida una apariencia estable y coherente, de cosa más o menos previsible y segura.


    La «normalidad» es el precario compromiso de nuestra mente con la profusión inabarcable de la realidad, un haz de ideas forjadas tras un largo trabajo de ensamblaje entre la cultura transmitida y la experiencia. Sin una noción de normalidad, la vida herviría como un caldo caótico e insoportable.

Pero el contorno de lo «normal» es un trazo arbitrario, que deja del otro lado todo lo que supuestamente no lo es. Esos alrededores donde reinan la extrañeza y la amenaza ―¿el bosque de Caperucita?― son los que nos hacen permanecer en guardia, inquietos e inseguros, y de ellos llega el sobresalto de lo diferente.

La incursión de lo distinto fragmenta la normalidad, y obliga bien a replantear lo real (ensanchando su territorio), bien a ponerlo en guardia (desterrando lo extraño). Solemos optar por lo segundo porque nos preserva del conflicto, pero lo extraño es pertinaz y sigue infiltrándose, obligándonos a un esfuerzo por expulsarlo cada vez más desesperado. A veces lo difícil es no cambiar, a veces es mejor hacer sitio a lo distinto.

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