Nos han hurtado estos días la presencia de Julio Anguita, y
el mundo se vuelve de pronto diminuto y árido. Sin el referente gentil,
vigoroso, tenaz de Julio, languidece el futuro y se ahueca la esperanza.
Padre
y maestro mágico de la izquierda, no solo era un revulsivo para los acomodados,
sino que, sobre todo, nos servía de modelo de una raza extinguida, la del político
íntegro, leal a la justicia luego al pueblo; la del cimarrón fiscalizador de corruptos,
la del incansable rebelde que ejemplificaba aquel elogio de Bertolt Brecht a
los que luchan toda la vida.
Se nos fue un imprescindible. Se equivocó en
muchas cosas, pero no en los puntos cardinales: su brújula siempre supo hacia
dónde estaba el norte. Y hacia allí se encaminó obstinado, con la soledad de
los lúcidos. Quizá le faltó astucia, pero en la brega incansable acertó a distinguir
entre amigos y enemigos. Quizá le faltó pragmatismo, pero, como buen maestro de
profesión, señaló siempre con claridad la verdad necesaria.
Se le desbordó tanto corazón, y hoy el
nuestro queda entumecido. De pena y de falta. Con él corremos el peligro de olvidar
nuestra conciencia, irredentos ya en manos de sicarios y oportunistas. Julio,
ahora que no te veo ya no veo nada. Perdimos un buen líder, pero sobre todo un
líder bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario