sábado, 30 de mayo de 2020

Números

Las estadísticas tienen el helor de las cifras desnudas
. Cada cual ha vivido su pandemia íntima, tejida de ausencias y distancias, de medrosas soledades o encierros claustrofóbicos, mascando el turbio temor, la inquietud agónica, la obstinada esperanza. Nombres y apellidos nos rasgaron el alma. Era angustioso, pero tenía el espesor de lo humano.


Pero los números son otra cosa. Los números son un espejismo que se traga sin masticar en un momento, y que apenas evoca su trastienda de gente. Los números son un hachazo seco, un titular en primera plana, una historia de sombras irreconocibles que se agota en su eco acostumbrado. Los números nos han hablado cada día de muertos espantosamente anónimos, de asombros desoladoramente estériles. Bécquer lamentaba la soledad de los muertos, pero no hay soledad más devastadora que la de las estadísticas.

Cada jornada nos acuchillaba esa angustia cifrada. Llegamos a contarlos por cientos diarios. Hoy lo hacemos por decenas, por menos incluso, y sabemos que ese decrecimiento debe alegrarnos, pero apenas logramos esbozar un contento perplejo y melancólico. Nos aturde la vastedad indescifrable de los totales, y cuesta traducirlos a alivio o a pesar. Sin embargo, ¿cómo renunciar a hacerlo, si la esperanza no tiene otro asidero?

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