Epicteto sostiene que todo es cuestión de perspectiva: «No nos perturban las cosas, sino las opiniones que de ellas tenemos».
La primera tarea, entonces, sería aceptar, pues la nostalgia de lo que no tenemos distrae y roba las fuerzas: «No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen».
Ponernos en lo peor y prepararnos para ello, comprobando que no es lo peor: «Todos los asuntos tienen dos asas: por una son manejables, por la otra no».
Asumir con entereza nuestra parte de responsabilidad, en lugar de eludirla, y armar los puntales en que sostenernos: «El alma es como una ciudad sitiada: detrás de sus muros resistentes vigilan los defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular».
Extremar la precaución y la prudencia: «Confiamos porque somos precavidos». Respirar hondo y llamarnos a la calma, ya que «de lo que hay que tener miedo es del propio miedo».
Ejercitarnos en la renuncia y el aguante, y por eso sus dos grandes divisas eran: «Soporta y abstente».
Pertrecharse bien para el viaje, asegurando que no nos falten recursos cuando hagan falta: «Un barco no debería navegar con una sola ancla, ni la vida con una sola esperanza».
Y, en fin, no esperar seguridad más que en lo que de uno depende.
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