No poco del buen vivir responde a un principio tan sencillo ―y tan arduo― como que las cosas estén en su sitio. Esta ética topográfica ya nos la insinuó Aristóteles, al recomendar que evitemos los extremos y optemos por el camino medio.
Parece como si lo bueno empezara por tener la casa ordenada y bien distribuida, y en procurar estar en el sitio apropiado para cada ocasión. No podemos dudar de la sabiduría del orden.
Por supuesto que no es fácil, pero nada que importe lo es. También puede parecernos trivial. ¿Cómo saber cuál es el sitio adecuado, para las cosas o para nosotros? Sartre nos sugirió: hay que elegir, hay que inventar; hacerlo de forma consciente y constante, y atenerse a las consecuencias sin poner excusas. Porque hay tantas maneras de hacer lo correcto como de errar: ya dijo Heráclito que todo está en perpetuo movimiento, y nosotros con todo. Debemos prestar atención a las bifurcaciones del camino, seguir por donde parezca apropiado, y maniobrar según lo que encontremos. Tenemos que ir convirtiéndonos en marinos expertos, empuñar el timón y atravesar las tempestades. Y a cada paso afinar el olfato y la prudencia que nos guían a la hora de poner las cosas en su sitio, pertrechándonos un poco mejor para el siguiente.

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