Con muy buen criterio, la mayoría de la gente se las apaña bastante bien para no cavilar demasiado sobre sí. Uno mismo es un tema que, según se mire, resulta apasionante, pero tiene poco recorrido y, a fuerza de repetirse, acaba cayendo en un morbo alelado y banal.
Los demás son siempre más interesantes, como saben los chismosos y las viejas. El espectáculo humano es tan variopinto que uno, si pone un poco de compasión y de humor, puede encontrar en él mucha felicidad.
Narciso debería buscarse un hobby. Sea modelismo, deporte o club de fans, la afición no se agota y da ocasión a la complicidad. El aficionado ferviente se convierte en sabio a su manera, no tanto porque sepa mucho de su tema como por la perseverancia, la fidelidad y en definitiva la alegría de su pasión.
Más mérito tienen, por supuesto, quienes se vuelcan en la defensa de una causa. Pueden encontrar mucho significado y hasta hacer algo realmente útil, siempre que lo hagan con delicadeza y manteniendo el ego a raya. Mejorar el mundo, así, en abstracto, no es bondad, pero se le parece lo suficiente para poder llegar a serlo.
Aunque ya sabemos que todo eso son fruslerías al lado del amor, la experiencia divina de pensar poco en uno mismo porque lo que a uno le importa es el otro.

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