La vida es corta y hay que priorizar lo importante, porque no sabemos hasta dónde nos dará tiempo de llegar. Pero algo en nosotros se rebela contra esa premura, esa imposición sumativa del hacer; algo que quiere abandonarse en el mero gusto de estar.
Hay lucidez en esa resistencia a la tiranía de lo productivo. A veces perder el tiempo es un gozo en sí mismo. Seguro que en el Jardín de Epicuro no faltaban ratos dedicados a la decisiva ocupación de no hacer nada.
Carl Honoré reivindica la vida lenta, Byung-Chul Han critica la reducción de las personas a su rendimiento, Nuccio Ordine escribe un manifiesto sobre la utilidad de lo inútil. La dignitas hominis planta cara al utilitarismo capitalista, que nos reduce a máquinas y nos tasa según la competencia productiva. Resulta que lo importante a menudo es lo que parece trivial: el ocio, el ensueño, la charla despreocupada, un simple paseo… No hacer nada puede ser hacer lo mejor: sencillamente ser. En eso consiste la meditación.
Los viajes son interesantes, pero no hace falta irse lejos para hamacarse en la vida. Amor y verdad, eso es lo valioso según Ordine. Epicuro estaría de acuerdo, pero apostillaría que ni eso: gozar de las pequeñas cosas, contemplar el dulce revoloteo de los minutos.
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