¿Qué es lo que convierte en horda destructiva a un grupo de personas? A veces, un clima de histeria ―por indignación, por temor, por tenso hastío― se apodera de la gente, se contagia de uno a otro, expandiéndose por resonancia con los demás.
Las neuronas espejo, esas que nos predisponen a la imitación, en ocasiones se desmandan, convertidas en neuronas amplificador. Los psicólogos han propuesto algunas claves: tedio o resentimiento acumulados, un hecho ambiguo que provoca la agitación inicial; la despersonalización ―sentir que uno es más bien masa que individuo―, el súbito tambaleo de las instituciones, la impunidad por debilitamiento del orden y por roles trastocados…
Todo eso queda admirablemente retratado en la película La jauría humana. Los desmanes se intensifican, alimentados por oportunistas que pescan en el río revuelto. La horda deviene un ente ciego y violento. Poco a poco se van rompiendo las amarras de la razón y de la moral. El proceso gana fuerza por sí mismo, arrastra y arrasa, solo amaina tras un punto álgido de destrucción. Por delante se ha llevado a algún chivo expiatorio, inocente o culpable a medias. ¿Podía haberse evitado reforzando los roles, tranquilizando con informaciones veraces, apelando a la confianza y la sensatez?
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