Los mitos son verdaderos... porque son bellos. La belleza posee su propia verdad, que no es la de la razón. Los mitos son creíbles no porque convenzan, sino porque nos susurran algo íntimo en voz baja, como si procedieran de voces antiguas y perdidas.
Los mitos rellenan con poesía los huecos de la razón, poniéndole cimientos a un mundo insostenible. Sus historias no explican, solo reconfortan. No superan la nada, pero la hacen resonar. Vea cada cual en ellos lo que apetezca, o sea, invéntelos a su manera.
Hay que dejar que los mitos nos seduzcan, pero siempre que no pretendan erigirse en dogma, siempre que no vayan más allá del juego y la fantasía. Librémonos de las mitologías crueles, totalitarias, peligrosas. Las religiones monoteístas, por ejemplo, muestran una notable carencia de imaginación y generosidad, irrumpen rebosantes de resentimiento y despecho, se inmiscuyen en la vida de la gente como invitados inoportunos, toman las riendas de las voluntades y mutilan la libertad hasta extremos grotescos. En cambio, una mitología politeísta como la griega es cordial, amable, imaginativa y escéptica. Dentro de ella cabe casi todo, porque no disimula su profusión inacabada. Todo lo que uno prolonga por sí mismo es bueno.
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