sábado, 15 de mayo de 2021

Amar(se)

No existe mayor fuerza, ni mayor seguridad, que amarse
a uno mismo incondicionalmente. 


No se trata de narcisismo: Narciso no se ama, vive atrapado por su fascinación; no hay amor cuando no se puede amar otra cosa. La gracia del amor consiste en que podría no otorgarse, y sin embargo ha sucedido. Amarse sin condiciones es contar siempre con un puerto seguro.

Cualquier ética verdadera empieza en ese amor. Se objetará que la ética siempre se propone un progreso hacia lo bueno, y que todos tenemos cosas que mejorar. ¿Cómo vamos a amar nuestros vicios? ¿Cómo vamos a persistir en la tarea de la virtud ―y la virtud siempre es tarea―, si no rechazamos nuestros defectos? Este argumento confunde el amor con el propósito: el que nos amemos incondicionalmente ―lo sabemos, al menos, porque así es el amor a los hijos― no implica que no contemos con cosas que deben repararse. 

De hecho es al contrario: precisamente porque (nos) amamos, nos proponemos mejorar, y solo de ese amor podemos sacar las fuerzas y el sentido para hacerlo. El verdadero amor no pone condiciones, pone metas, puesto que implica querer lo mejor para el amado. Por eso imponemos límites y requerimientos a nuestros hijos, sin dejar de amarlos: aprendamos a hacerlo con nosotros. 

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