viernes, 11 de marzo de 2022

Maldad fría

Hay una maldad en caliente que hay que temer, porque su anhelo de devastación es inmediato.
La maldad ciega de la venganza, del rencor, de la frustración; una maldad desesperada, arrolladora, incontenible, cuyo tsunami desatado se llevará todo lo que encuentre por delante, a veces al propio sujeto.


Su impulso destructivo es angustioso y apremiante, su crueldad trasciende la voluntad o los principios: es una situación de excepción, que desgarra el pacto cotidiano, y se precipitará hasta alcanzar un clímax que la consuma en su propia hoguera. Tras su hecatombe las cosas ya no podrán volver a ser las mismas: algo se habrá quebrado, mucho se habrá perdido, todo deberá restaurarse. 

Es la maldad hirviente de Aquiles arrastrando el cadáver de Héctor por la arena; de Otelo asesinando a Desdémona; la maldad de una pareja que se divorcia o dos niños que se pelean. No podemos redimirla, pero hay algo en ella tan profundamente humano y vulnerable que nos despierta compasión. 

En cambio, hay otra maldad, silenciosa y precisa, la maldad fría del que disfruta hiriendo, del que no ve enemigos sino objetos, no concibe personas sino abstracciones; la que actúa sin piedad y nunca se sacia. Perversidad inhumana de verdugos y tiranos. Esa es la que más hay que temer. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario