Desde joven me impresionó el final de la novela Knulp, de Hermann Hesse. El protagonista, ya viejo y enfermo, vagabundea por los caminos de regreso a su pueblo, pero en plena montaña es sorprendido por una nevada. Delirando, empieza a conversar con Dios, a quien lanza una buena sarta de lamentaciones y quejas.
Dios le hace ver que su vida no habría sido mejor de otra manera. Al fin, se recuesta en la nieve, extenuado, y cierra los ojos. «¿Así que ya no hay más lamentaciones?», escucha preguntar a Dios. «No, ninguna queja más», afirma Knulp con una sonrisa. Y se deja caer en el dulce sueño, mientras lo cubre la nevada.
¡Ninguna queja más! ¿Podríamos pedir una conclusión mejor a nuestra vida? Pasó lo que pasó, y quién sabe qué habría podido ser mejor, y si realmente habría sido mejor. Solo tenemos una línea de tiempo, y es la que dejamos impresa con la estela de nuestros pasos. Lo demás son quimeras, ecos de esa ansia que nos relega a una perpetua insatisfacción. «Una mirada que vea ponerse el sol desde una cárcel igual que desde un palacio», es lo único que pide Schopenhauer, y nos evoca aquella historia china del reo que, la noche anterior a su ejecución, recordó que no hay más realidad que el presente y, libre ya de inquietud, se quedó dormido.
Bonito pasaje. Veo que los comentarios de antes me salieron como "anónimo".
ResponderEliminarHay algo que muchas veces no tenemos en cuenta: no conocemos nuestra vida, sino que nos hacemos una idea de ella a partir de nuestros recuerdos. Y es sabido hasta qué punto son limitados, falseados e interesados los recuerdos.
Quejarse es la reacción a cierta interpretación sobre cuanto nos acontece. En esto estoy bastante de acuerdo con Epicteto y los estoicos, al menos de forma superficial y preliminar. Nuestra predisposición y nuestras expectativas ante cuanto vivimos afectan muchísimo a nuestras reacciones y afecciones al respecto.
En este sentido, entiendo que nuestra interpretación de las cosas nos permite digerirlas de una forma u otra, mejor o peor. Interpretar cuanto vivimos es, a mi entender, el proceso metabólico de nuestro espíritu por así decirlo.
En efecto: conocer es interpretar. "Y es sabido hasta qué punto son limitados, falseados e interesados los recuerdos". Por eso tenemos que ser tan cautos con ellos (y con las convicciones a las que nos llevan), por eso tenemos que ponerlos una y otra vez en tela de juicio. Retomando otro hilo de debate, ahí cobra pleno sentido el valor de la duda. ¡Saludos!
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